8-XII-2018
Madre Inmaculada, en el día de tu
fiesta, tan querida para el pueblo cristiano, vengo a rendirte homenaje en el
corazón de Roma.
En mi ánimo llevo a los fieles de
esta Iglesia y a todos los que viven en esta ciudad, especialmente a los
enfermos y a cuantos por, diferentes situaciones, experimentan grandes fatigas
para ir adelante.
Antes de nada, queremos agradecerte por
el cuidado materno con que nos acompañas en nuestro camino: ¡Cuántas veces
escuchamos contar, con lágrimas en los ojos, a quienes han experimentado tu
intercesión, las gracias que pides por nosotros a tu Hijo Jesús!
Pienso también en una gracia
ordinaria para la gente que vive en Roma: La de afrontar con paciencia los
desafíos de la vida cotidiana. Pero para ello te pedimos la fuerza para no
resignarnos, al contrario, que cada uno ponga de su parte para mejorar las
cosas, para que el cuidado de cada uno haga de Roma más bella y habitable para
todos; para que el deber bien hecho de cada uno asegure los derechos de todos.
Y pensando en el bien común de esta
ciudad, te pedimos por aquellos que desempeñan funciones de mayor
responsabilidad: dales sabiduría, amplitud de miras, espíritu de servicio y de
colaboración.
Virgen Santa, deseo confiarte de
modo particular a los sacerdotes de esta Diócesis: los párrocos y vice
párrocos, los sacerdotes ancianos que con su corazón de pastores continúan
trabajando al servicio del pueblo de Dios, y tantos sacerdotes estudiantes de
todas partes del mundo que colaboran en las parroquias. Para todos ellos te
pido la dulce alegría de evangelizar y el don de ser padres, cercanos a la
gente, misericordiosos.
A ti, Señora toda consagrada a Dios,
te confío a las mujeres consagradas a la vida religiosa y a la secular, que,
gracias a Dios, en Roma son muchas, más que en otras ciudades del mundo, y
conforman un mosaico estupendo de nacionalidades y culturas. Para ellos te pido
la alegría de ser, como tú, esposas y madres, fecundas en la oración, en la
caridad, en la compasión.
Oh Madre de Jesús, una última cosa
te pido, en este tiempo de Adviento, pensando en los días en tú y José os
encontrabais bajo el ansia por el nacimiento de vuestro hijo, preocupados
porque era el tiempo del censo y también vosotros debíais dejar vuestro pueblo,
Nazareth, y viajar a Belén…
Tú sabes qué significa llevar vida
en el seno y sentir la indiferencia alrededor, el rechazo, en ocasiones el
desprecio. Por eso te pido que permanezcas cercana a las familias que hoy, en
Roma, en Italia, en el mundo entero, viven situaciones similares, para que no
los abandones, sino que los tuteles en sus derechos, derechos humanos que están
antes que cualquier otra exigencia legítima.
Oh María Inmaculada, aurora de
esperanza al horizonte de la humanidad, vela por esta ciudad, por las casas,
por las escuelas, por las oficinas, por las tiendas, por las fábricas, por los
hospitales, por las cárceles; que en ningún lugar falte lo que Roma tiene de
más precioso, y que conserva para el mundo entero, el testamento de Jesús: ‘Amaos
los unos a los otros, como yo os he amado’. Amén.
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