Catequesis de los miércoles 5 y 12–XII-2018
(resumen literal)
Los evangelios nos presentan
retratos de Jesús como hombre de
oración. Jesús rezaba. A pesar de la urgencia de su misión y el apremio de
tantas personas que lo reclaman, Jesús siente la necesidad de apartarse en
soledad y rezar. Él se desvincula; no
termina siendo rehén de las expectativas de quienes lo han elegido como líder.
Hay un peligro para los líderes: apegarse demasiado a la gente, no mantener las
distancias.
(...) Jesús rezaba como reza cada
hombre en el mundo. Y, sin embargo, en su manera de rezar, también había un
misterio encerrado, algo que seguramente no había escapado a los ojos de sus
discípulos si encontramos en los evangelios esa simple e inmediata súplica: «Señor,
enséñanos a orar» (Lc 11, 1). Lo más hermoso y justo que todos
tenemos que hacer es repetir la invocación de los discípulos: “¡Maestro,
enséñanos a rezar!”.
(...) Una
oración que, si no viniera de Cristo, los teólogos famosos nos habrían hecho
rezar a Dios de otra manera. El Padre Nuestro nos muestra cómo Dios es nuestro Padre, tiene inmensa
compasión con nosotros, quiere que sus hijos le hablen sin miedo.
(...) Jesús no
quiere que nuestra oración sea una evasión. Una oración que nos hace pedir lo que es esencial, como 'el
pan de cada día', porque, como nos enseña Jesús, la oración no es algo separado
de la vida. Jesús no quiere extinguir al ser humano, ni anestesiarlo (…) Al
contrario, quiere todo sufrimiento, cada inquietud, convertida en diálogo hacia
el cielo. Porque tener fe es tener el hábito de llorar.
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