domingo, 3 de junio de 2012

Una octava de Corpus


Ante Jesús sacramentado
Con textos de Juan Pablo II en su Encíclica sobre la Iglesia y la Eucaristía (abril 2003) y de Benedicto XVI con su Ex ap Sacramentum caritatis ( 1)

 


Día 1º

Promesa de la institución
Jn 6, 27.35. 54.58:
Obrad no por el alimento que perece sino por el que perdura hasta la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre.
Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá nunca sed. Yo soy el pan vivo que he bajado del Cielo. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día.
Este es el pan que ha bajado del Cielo, no como el que comieron los padres y murieron: quien come este pan vivirá eternamente.

         La aclamación “hasta que vuelvas” es tensión hacia la meta. Quien se alimenta de Cristo no tiene que esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura; es garantía de la resurrección corporal al final del mundo. La tensión escatológica expresa y consolida la comunión con la Iglesia celestial con la gloriosa siempre Virgen María, los ángeles, los santos apóstoles, los gloriosos mártires y todos los santos (Juan Pablo II, Eucharistia de Ecclesia, 18).
Una consecuencia significativa de la tensión escatológica es que da impulso a nuestro camino histórico, estimula nuestra responsabilidad respecto a la tierra presente (cf GS, 39), más que nunca comprometidos a no descuidar los deberes de su ciudadanía terrenal… y el compromiso de transformar el mundo según el Evangelio (Juan Pablo II, Eucharistia de Ecclesia, 19).

En el Sacramento del altar, el Señor viene al encuentro del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,27), acompañándole en su camino. En efecto, en este Sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y libertad (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis 2).

Día 2º

Promesa de la institución
Jn 6, 41-59:
Los judíos, entonces, murmuraban de él porque había dicho: “Yo soy el pan que ha bajado del Cielo. Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, de quien conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo ahora dice: He bajado del Cielo? (…) Yo soy el pan vivo que he bajado del Cielo. Si alguno come de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo (…) Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Como el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquel que me come vivirá por mí. Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Cafarnaún.

         La eficacia salvífica del sacrificio se realiza plenamente cuando se comulga. “Lo mismo… que yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,57). Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente. Por la comunión, Cristo nos comunica también su Espíritu. La Iglesia pide este don divino, raíz de todos los otros dones, en la eplíclesis eucarística (Juan Pablo II, Eucharistia de Ecclesia, 16).
En el alba del tercer milenio todos estamos llamados a caminar en la vida cristiana con un renovado impulso. Como he escrito en Novo millennio ineunte, no se trata de “inventar un nuevo programa. El programa se centra en Cristo mismo al que hay que conocer, amar e imitar para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste” (NMI, 29) (Juan Pablo II, Eucharistia de Ecclesia, 60).

En la Eucaristía se revela el designio de amor que guía toda la historia de la salvación (cf. Ef 1,10; 3,8-11). En ella, el Deus Trinitas, que en sí mismo es amor (cf. 1Jn 4,7-8), se une plenamente a nuestra condición humana. En el pan y en el vino, bajo cuya apariencia Cristo se nos entrega en la cena pascual (cf. Lc 22,14-20; 1Co 11,23-26), nos llega toda la vida divina y se comparte con nosotros en la forma del Sacramento. Dios es comunión perfecta de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis 8).

Día 3º

Institución de la Eucaristía
Mt 14 ,22-26:  
         Mientras cenaban, tomó pan, y después de bendecir, lo partió, se lo dio a ellos y dijo: Tomad, esto es mi Cuerpo. Y tomando el cáliz, habiendo dado gracias, se lo dio y bebieron de él todos. Y les dijo: Esta es mi Sangre de la nueva Alianza, que será derramada por muchos. En verdad os digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta aquel día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios. Y recitado el himno, salieron hacia el Monte de los Olivos.

         El Cenáculo es el lugar de la institución de este Santísimo Sacramento. Aquellas palabras se habrían aclarado plenamente sólo al final del Triduo sacro, el lapso que va de la tarde del jueves hasta la mañana del domingo. Del misterio pascual nace la Iglesia.
La institución de la Eucaristía anticipaba sacramentalmente los acontecimientos que tendrían lugar poco más tarde, a partir de la agonía en Getsemaní. La sangre que poco antes había entregado a la Iglesia como bebida de salvación en el Sacramento eucarístico, comenzó a ser derramada. Jesús, aunque sometido a una prueba terrible, no huye ante su “hora”.
Sólo Juan permanecerá al pie de la cruz junto a María y a las piadosas mujeres. La hora santa, la hora de la redención del mundo, la hora de la cruz y de la glorificación.
A aquel lugar y a aquella hora vuelve espiritualmente todo presbítero que celebra la santa Misa, junto con la comunidad cristiana que participa en ella. El acontecimiento pascual y la Eucaristía que lo actualiza a lo largo de los siglos tienen una capacidad enorme en la que entra toda la historia como destinataria de la gracia de la redención (Juan Pablo II, Eucharistia de Ecclesia, 2-5).


Día 4º

Institución de la Eucaristía
Lc 22,13-20:
         Marcharon y encontraron todo como les había dicho, y prepararon la Pascua. Cuando llegó la hora, se puso a la mesa y los Apóstoles con él. Y les dijo: Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que no la volveré a comer hasta que tenga su cumplimiento en el Reino de Dios. Y tomando el cáliz, dio gracias y dijo: Tomadlo y distribuidlo entre vosotros; pues os digo que a partir de ahora no beberé del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios. Y tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Esto es mi Cuerpo, que es entregado por vosotros. Haced esto en memoria mía. Y del mismo modo el cáliz después de haber cenado, diciendo: Este cáliz es la nueva Alianza en mi Sangre, que es derramada por vosotros.

         “Este es mi cuerpo… esta copa es la nueva Alianza en mi sangre… entregado por vosotros… derramada por vosotros” (Lc 22,19-20). No afirmó solamente que lo que les daba de comer y beber era su cuerpo y su sangre, sino que manifestó su valor sacrificial, haciendo presente de modo sacramental su sacrificio que cumpliría después en la cruz.
La Iglesia vive no solamente un recuerdo lleno de fe sino también un contacto actual. La Eucaristía aplica a los hombres de hoy la reconciliación obtenida por Cristo una vez por todas para la humanidad de todos los tiempos. Nosotros ofrecemos aquella víctima que se ofreció entonces.
Es sacrificio en sentido propio y no sólo en sentido genérico de mero ofrecimiento como alimento espiritual. Cristo ha querido además hacer suyo el sacrificio espiritual de la Iglesia, llamada a ofrecerse también a sí misma [cf LG, 11] (Juan Pablo II, Eucharistia de Ecclesia, 12-13).

«El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo» (Jn 6,51). Con estas palabras el Señor revela el verdadero sentido del don de su propia vida por todos los hombres y nos muestran también la íntima compasión que Él tiene por cada persona (…) «en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco (…) aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo» (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis 88).


Día 5º

Presencia real de Cristo resucitado
Lc 24,28-35:
         Llegaron cerca de la aldea a donde iban, y él hizo ademán de continuar adelante. Pero le retuvieron diciéndole: Quédate con nosotros, porque ya está anocheciendo y va a caer el día. Y entró para quedarse con ellos. Y estando juntos a la mesa tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron (…) y al instante se levantaron y regresaron a Jerusalén, y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos (…) Y ellos contaban cómo le habían reconocido en la fracción del pan.

         También cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo. Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación. El Hijo de Dios se ha hecho hombre para reconducir todo lo creado. El mundo nacido de las manos de Dios creador retorna a Él redimido por Cristo (Juan Pablo II, Eucharistia de Ecclesia, 8).
         Así se explica la esmerada atención que ha prestado siempre al Misterio eucarístico. La reforma litúrgica del Concilio ha tenido grandes ventajas para una participación más consciente, activa y fructuosa de los fieles en el Santo Sacrificio del altar, la adoración del Santísimo Sacramento, la procesión eucarística en la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones (Juan Pablo II, Eucharistia de Ecclesia, 9-10).

              La unión con Cristo que se realiza en el Sacramento nos capacita también para nuevos tipos de relaciones sociales: «la "mística'' del Sacramento tiene un carácter social». En efecto, «la unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que Él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán (…) quien participa en la Eucaristía ha de comprometerse en construir la paz en nuestro mundo marcado por tantas violencias y guerras, y de modo particular hoy, por el terrorismo, la corrupción económica y la explotación sexual» (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis 89).

Día 6º

La Eucaristía en la vida de la Iglesia
Act 2, 42.46:
Perseveraban asiduamente en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones… Todos los días acudían al Templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y comían juntos con alegría y sencillez de corazón.

         La Iglesia vive de la Eucaristía… La promesa del Señor “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20) es en la Eucaristía de una intensidad única desde que la Iglesia ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste. La mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el sacramento del altar (Juan Pablo II, Eucharistia de Ecclesia, 1).

Los fieles cristianos necesitan comprender más profundamente las relaciones entre la Eucaristía y la vida cotidiana. La espiritualidad eucarística no es solamente participación en la Misa y devoción al Santísimo Sacramento. Abarca la vida entera (…) Hoy se necesita redescubrir que Jesucristo no es una simple convicción privada o una doctrina abstracta, sino una persona real cuya entrada en la historia es capaz de renovar la vida de todos. Por eso la Eucaristía, como fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, se tiene que traducir en espiritualidad, en vida «según el Espíritu» (cf. Rm 8,4 s.; Ga 5,16.25) (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis C 77).

Día 7º

Frutos eucarísticos
Act 20, 7.11:
El primer día de la semana, cuando estábamos reunidos para la fracción del pan, Pablo, que debía partir al día siguiente, hablaba a los discípulos, y su discurso se prolongó hasta la media noche… Subió luego, partió el pan, lo comió y siguió hablando largo tiempo hasta el amanecer; entonces se marchó.

         El Concilio Vaticano II ha recordado que la celebración eucarística es el centro del proceso de crecimiento de la Iglesia… Como el pan es uno -comenta san Juan Crisóstomo-, compuesto de muchos granos de trigo, también nosotros estamos unidos y todos juntos con Cristo. Al unirse a Cristo, en vez de encerrarse en sí mismo, el Pueblo de la nueva Alianza se convierte en “sacramento para la humanidad” (LG, 1), en luz del mundo y sal de la tierra para la redención de todos (cf ib, 9). La misión de la Iglesia continua la de Cristo: “Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20,21). La Eucaristía es la fuente y la cumbre de toda la evangelización (Juan Pablo II, Eucharistia de Ecclesia, 21-23).

La fe que suscita el anuncio de la Palabra de Dios se alimenta y crece en el encuentro de gracia con el Señor resucitado que se produce en los sacramentos: «La fe se expresa en el rito y el rito refuerza y fortalece la fe» (…) Toda gran reforma está vinculada de algún modo al redescubrimiento de la fe en la presencia eucarística del Señor en medio de su pueblo (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis 6).

Día 8º

Verdadero alimento espiritual
Act 27,27.33-36:
Llegada la décimo cuarta noche en que íbamos a la deriva por el Adriático, barruntaban los marineros, hacia la mitad de la noche, hallarse cercanos a alguna tierra…
Mientras amanecía, Pablo invitó a todos a tomar alimento, diciendo: Lleváis hoy catorce días llenos de tensión y en ayunas sin haber comido nada; os aconsejo por tanto que toméis alimento, pues es necesario para que se conserve vuestra salud; porque ninguno de vosotros perderá ni un solo cabello de su cabeza. Dicho esto, tomó pan, dio gracias a Dios delante de todos, lo partió y empezó a comer. Todos los demás se animaron y tomaron también alimento.

Hay una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor… Vivir la Eucaristía significa asumir el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella… Cristo camina con nosotros como nuestra fuerza y nos convierte en testigos de esperanza para todos, en esperanza a la contemplación de la meta a la que aspira el corazón, sediento como está de alegría y de paz (Juan Pablo II, Eucharistia de Ecclesia, 55.57.62).

Puesto que el mundo es «el campo» (Mt 13,38) en el que Dios pone a sus hijos como buena semilla, los laicos cristianos, en virtud del Bautismo y de la Confirmación, y fortalecidos por la Eucaristía, están llamados a vivir la novedad radical traída por Cristo precisamente en las condiciones comunes de la vida. Han de cultivar el deseo de que la Eucaristía influya cada vez más profundamente en su vida cotidiana, convirtiéndolos en testigos visibles en su propio ambiente de trabajo y en toda la sociedad (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis 79).


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