martes, 15 de mayo de 2012

UN SEPTENARIO AL ESPÍRITU SANTO

con Juan Pablo II, Benedicto XVI y otros.


Una devoción de la Iglesia universal para intensificar el trato con la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, allí donde la Ascensión de Cristo se celebra en domingo, es el septenario: desde el lunes siguiente al domingo de Pentecostés 

Monición de entrada para cada día:
            Decía Jesús a sus discípulos: “Mas yo os digo la verdad: os conviene que me vaya, pues si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si yo me voy os lo enviaré” (Jn 16,7).
“Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Act 1, 6-8).
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Día 1º- Don de Sabiduría: ayuda a conocer y gustar de Dios.

            “Sí, vanos por naturaleza todos los hombres en quienes había ignorancia de Dios y no fueron capaces de conocer por las cosas buenas que se ven a Aquél que es, ni, atendiendo a las obras, reconocieron al Artífice; sino que al fuego, al viento, al aire ligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a las lumbreras del cielo los consideraron como dioses, señores del mundo. Que si, cautivados por su belleza, los tomaron por dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor de éstos, pues fue el Autor mismo de la belleza quien los creó” (Sab 13,1-3).
Llegar al Dios Infinito cuyo concepto cabe en nuestra cabeza, como en las Matemáticas: Aquel que es Infinito, Aquel de quien la Sagrada Escritura y la Iglesia dan testimonio (...) a ese Dios que confiesa el trapense o el camaldulense en su vida de silencio. A Él se dirige el beduino del desierto cuando llega la hora de la oración. Y tal vez también el budista que, concentrado en su contemplación, purifica su pensamiento preparando el camino hacia el nirvana (Juan Pablo II, Signo de contradicción, p.22)
Dios es negado en su existencia o en su providencia. “Si eres el hijo de Dios…” haz que estas piedras se conviertan en panes. Se le echa en cara que no dé pruebas suficientes, evidentes, tumbativas. Si eres Dios… Si eres la Iglesia de Dios… resuelve el hambre, evita las inundaciones, calma los dolores, etc. (J. Ratzinger, Jesús de Nazaret, pp 54-55).
            Elifaz de Temán dijo a Job: “¿Escuchas acaso los secretos de Dios? ¿Acaparas la sabiduría? ¿Qué sabes tú, que nosotros no sepamos? ¿Qué comprendes, que a nosotros se escape?” (Job 15:8-10).
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Día 2º - Don de entendimiento: ayuda a tener una inteligencia más profunda de la Revelación.

¿Qué dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? (...) Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo? (Mt 16, 13).
La 3ª tentación que sufre Jesús “va adoptando siempre nueva forma a lo largo de la historia. El imperio cristiano intentó muy pronto convertir la fe en factor político de unificación imperial. El reino de Cristo debía tomar la forma de un reino político y de su esplendor… En el curso de los siglos ha existido la tentación de asegurar la fe a través del poder y la fe ha corrido el riesgo de ser sofocada precisamente por el abrazo del poder (…) El cristianismo no traía un mensaje socio-revolucionario como el de Espartaco que, con luchas cruentas, fracasó. Jesús no era Espartaco, no era un combatiente por una liberación política como Barrabás o Bar-Kokebá” (J. Ratzinger, Jesús de Nazaret).

El quid del cristianismo es defender la libertad, la propia y la ajena. San Pablo escribe: ¿Qué dice la Escritura? (…) hermanos, no somos hijos de la esclava, sino de la libre. Para esta libertad, Cristo nos ha liberado; manteneos, pues, firmes, y no os dejéis sujetar de nuevo bajo el yugo de la servidumbre (Gal 4,30-5,1).
La responsabilidad social del cristiano estuvo en san Josemaría Escrivá constantemente unida a la proclamación de la libertad como rasgo distintivo del ser humano, y, más concretamente, a la proclamación de la libertad en las cuestiones temporales. Todos los socios conocen bien la realidad de su libertad individual, de modo que si en algún caso alguno de ellos intentara presionar a los otros imponiendo sus propias opiniones en materia política o servirse de ellos para intereses humanos, los demás se rebelarían y lo expulsarían inmediatamente. El respeto de la libertad de sus socios -proseguía- es condición esencial de la vida misma del Opus Dei. Sin él, no vendría nadie a la Obra. Es más. Si se diera alguna vez -no ha sucedido, no sucede y, con la ayuda de Dios, no sucederá jamás- una intromisión del Opus Dei en la política, o en algún otro campo de las actividades humanas, el primer enemigo de la Obra sería yo” (José Luis Illanes. “Romana”, 31 (2000) 300-326).
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Día 3º - Don de Ciencia: ayuda a comprender qué son las cosas creadas, tanto materiales (la pobreza) como espirituales (la libertad).

“Es necesario –enseña Benedicto XVI en su Encíclica Spe salvi- que en la autocrítica de la edad moderna confluya también una autocrítica del cristianismo moderno, que debe aprender siempre a comprenderse a sí mismo a partir de sus propias raíces.
La Primera Carta a los Corintios (1, 18-31) nos muestra que una gran parte de los primeros cristianos pertenecía a las clases sociales bajas y, precisamente por eso, estaba preparada para la experiencia de la nueva esperanza... No obstante, hubo también desde el principio conversiones en las clases sociales aristocráticas y cultas.
Quisiera citar en este contexto al gran doctor griego de la Iglesia, san Máximo el Confesor († 662)…  «Quien ama a Dios no puede guardar para sí el dinero, sino que lo reparte ‘‘según Dios'' [...], a imitación de Dios, sin discriminación alguna». Del amor a Dios se deriva la participación en la justicia y en la bondad de Dios hacia los otros; amar a Dios requiere la libertad interior respecto a todo lo que se posee y todas las cosas materiales: el amor de Dios se manifiesta en la responsabilidad por el otro.

Recuerda el Concilio Vaticano II que “el trabajo está en armonía con el precepto divino de someter la tierra… por lo cual, el mensaje cristiano, lejos de apartar al hombre de la edificación del mundo, le empuja a ello con mayor energía” (Gaudium et spes 34).
“Queriendo (Dios) comunicar al hombre una participación especial en su propia obra creadora (…) el hombre, en efecto, cuando con el trabajo de sus manos o con ayuda de los recursos técnicos, cultiva la tierra… y cuando conscientemente está interviniendo en la vida de los grupos sociales, está siguiendo el plan mismo de Dios, perfecciona la creación y se perfecciona a sí mismo” (Gaudium et spes 57).

El mundo nos espera. ¡Sí!, amamos apasionadamente este mundo porque Dios así nos lo ha enseñado: «así Dios amó al mundo»; y porque es el lugar de nuestro campo de batalla —una hermosísima guerra de caridad—, para que todos alcancemos la paz que Cristo ha venido a instaurar (San Josemaría, Surco 290)
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Día 4º - Don de piedad: ayuda a tener clara conciencia de ser hijos de Dios y por tanto hermanos de todos los hombres.

Cristo con la Redención devuelve las cosas a su origen primigenio y devuelve al hombre la gracia perdida por el pecado; por la gracia somos partícipes de la naturaleza divina. La acción del Espíritu Santo en el alma que corresponde ayuda a afirmar como san Agustín “Ama y haz lo que quieras”. El don de piedad ayuda a dejarse amar por Dios y por los demás.
            “Convenía, en efecto, que aquél para quien y por quien son todas las cosas, habiéndose propuesto llevar muchos hijos a la gloria (…) no se avergüenza de llamarlos hermanos, y dice: "Anunciaré tu nombre a mis hermanos…" (…) y de nuevo: "Aquí estamos, yo y los hijos que Dios me dio" (Heb 2, 10-13).
“Que vuestra caridad no sea una farsa; aborreced lo malo y apegaos a lo bueno. Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo” (Rom 12, 9-10).

Día 5º - Don de Fortaleza: conviene a los que tienen hambre de justicia y santidad, propia y ajena.

“Ante la riqueza de la salvación realizada por Cristo –recuerda Juan Pablo II-, caen barreras que separan las diversas culturas… Jesús derriba los muros de la división y realiza la unificación de forma original y suprema mediante la participación en su misterio” (Fe y Razón, 70).
Es preciso… esparcir generosamente la Palabra de Dios, hacer que los hombres conozcan a Cristo y que, conociéndole, tengan hambre de Él (…) hambre que se advierte en el pueblo: de verdad, de justicia, de unidad, de paz (…) ¡Qué difícil parece a veces la tarea de superar las barreras que impiden la convivencia humana! Y sin embargo, los cristianos estamos llamados a realizar ese gran milagro de la fraternidad (san Josemaría, Es Cristo que pasa, 157).
        San Pablo escribe: “amándoos de corazón unos a otros con el amor fraterno, honrando cada uno a los otros más que a sí mismo… Bendecid a los que os persiguen; bendecidlos y no los maldigáis… No devolváis a nadie mal por mal; buscando hacer el bien delante de todos los hombres; si es posible, en lo que está de vuestra parte, viviendo en paz con todos los hombres. No os venguéis, carísimos, sino dejad el castigo en manos de Dios, porque está escrito: Mía es la venganza, yo retribuiré lo merecido, dice el Señor (Rom 12, 10-19).

Día 6º - Don de Consejo: ayuda a discernir qué hacer y qué omitir en cada caso concreto. El don colabora con cada hombre para que sepa aplicar con la prudencia los medios necesarios, evitando el pasotismo o el abusar.

La tarea cristiana de evangelizar cuida la inculturación respetando las culturas y evita imponer la verdad con intolerancia, violencia o extinguiendo otras opiniones como escribió Juan Pablo II (cf Tertio millennio adveniente, 35).
Pío XII recordaba que “la realidad enseña que el error y el pecado se encuentran en el mundo en amplia proporción. Dios los reprueba y, sin embargo, los deja existir. Por consiguiente, la afirmación de que el extravío religioso y moral debe ser siempre impedido, en cuanto es posible, porque su tolerancia es en sí misma inmoral, no puede valer en forma absoluta incondicionada. Por otra parte, Dios no ha dado siquiera a la autoridad humana un precepto semejante absoluto y universal, ni en el campo de la fe ni en el de la moral. No conocen semejante precepto ni la común convicción de los hombres, ni la conciencia cristiana, ni las fuentes de la Revelación, ni la práctica de la Iglesia”[2][6] .
León XIII anteriormente se expresaba así: “no se opone la Iglesia a la tolerancia… Dios mismo, en su Providencia, aún siendo infinitamente bueno y todopoderoso, permite, sin embargo, la existencia de algunos males en el mundo, en parte para que no se impidan bienes mayores, y en parte para que no se sigan males mayores. Más aún, no pudiendo la autoridad humana impedir todos los males, debe «permitir y dejar impunes muchas cosas que son, sin embargo, castigadas justamente por la divina providencia» (San Agustín. De libero arbitrio, 1,6,14; PL 3,1228)”. 
Y también añadía: “Pero en tales circunstancias si por causa del bien común, y únicamente por ella, puede y aún debe la ley humana tolerar el mal, no puede, sin embargo, ni debe jamás aprobarlo ni quererlo en sí mismo. Porque siendo el mal por su misma esencia privación del bien, es contrario al bien común, el cual el legislador debe buscar y defender en la medida de todas sus posibilidades. También en este punto la ley humana debe proponerse la imitación de Dios que, al permitir la existencia del mal en el mundo, «ni quiere que se haga el mal ni quiere que no se haga; lo que quiere es permitir que se haga, y esto es bueno» (Sto. Tomás de A., S.Th., I q19, a9 ad3). Sentencia del Doctor Angélico que encierra en pocas palabras toda la doctrina sobre la tolerancia del mal”[3].
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Día 7º - Don de temor: ayuda a los que se saben hijos de Dios a vivir con temor filial, no servil.

      Benedicto XVI recuerda que lo “«eterno» suscita en nosotros la idea de lo interminable, y eso nos da miedo; «vida» nos hace pensar en la vida que conocemos, que amamos y que no queremos perder, pero que a la vez es con frecuencia más fatiga que satisfacción, de modo que, mientras por un lado la deseamos, por otro no la queremos. Podemos solamente tratar de salir con nuestro pensamiento de la temporalidad a la que estamos sujetos y augurar de algún modo que la eternidad no sea un continuo sucederse de días del calendario, sino como el momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad. Sería el momento del sumergirse en el océano del amor infinito, en el cual el tiempo –el antes y el después– ya no existe” (Spe salvi).

       “La fe en el Juicio final –sigue explicando el papa Ratzinger- es ante todo y sobre todo esperanza, esa esperanza cuya necesidad se ha hecho evidente precisamente en las convulsiones de los últimos siglos. Estoy convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial o, en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la fe en la vida eterna (…) sólo en relación con el reconocimiento de que la injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto, llega a ser plenamente convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la vida nueva.
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Oración conclusiva para cada día:
            Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda el Espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle; iluminando los ojos de vuestro corazón, para que sepáis cuál es la esperanza de su llamada, cuáles las riquezas de gloria dejadas en su herencia a los santos, y cuál es la suprema grandeza de su poder a favor de nosotros, los que hemos creído, según la eficacia de su fuerza poderosa (Ef 1,17-19).

            El Señor es Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. Todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, vamos siendo transformados en su misma imagen, cada vez más gloriosos, conforme obra en nosotros el Espíritu del Señor (2Cor 3, 17-18).
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Oración de Juan Pablo II al Espíritu Santo

compuesta en el segundo año de preparación al Jubileo del año 2000.


      (…) Espíritu de verdad, que conoces las profundidades de Dios, memoria y profecía de la Iglesia, dirige la Humanidad para que reconozca en Jesús de Nazaret el Señor de la gloria, el Salvador del mundo, la culminación de la Historia. Ven, Espíritu de amor y de paz (…) Ven y renueva la faz de la tierra. Suscita en los cristianos el deseo de la plena unidad, para ser verdaderamente en el mundo signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad del género humano. Ven, Espíritu de amor y de paz.
      Espíritu de comunión, alma y sostén de la Iglesia, haz que la riqueza de los carismas y ministerios contribuya a la unidad del Cuerpo de Cristo, y que los laicos, los consagrados y los ministros ordenados colaboren juntos en la edificación del único Reino de Dios.
       Espíritu de consuelo, fuente inagotable de gozo y de paz, suscita solidaridad para con los necesitados, da a los enfermos el aliento necesario, infunde confianza y esperanza en los que sufren, acrecienta en todos el compromiso por un mundo mejor. Ven, Espíritu de amor y de paz.
      Espíritu de sabiduría, que iluminas la mente y el corazón, orienta el camino de la ciencia y la técnica al servicio de la vida, de la justicia y de la paz. Haz fecundo el diálogo con los miembros de otras religiones y que las diversas culturas se abran a los valores del Evangelio.
       Espíritu de vida, por el cual el Verbo se hizo carne en el seno de la Virgen, mujer del silencio y de la escucha, haznos dóciles a las muestras de tu amor y siempre dispuestos a acoger los signos de los tiempos que Tú pones en el curso de la Historia. Ven, Espíritu de amor y de paz.
      A Ti, Espíritu de amor, junto con el Padre omnipotente y el Hijo unigénito, alabanza, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
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Oración de san Josemaría (abril 1934)
Ven, ¡oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento para conocer tus mandatos; fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo; inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana… ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.
            ¡Oh Espíritu de verdad y de sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y de paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras.
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[1] Conversaciones, n. 28; ver también nn. 39 y 48.
[2][6] Pío XII. Discurso al V Congreso Nacional de la Unión de Juristas católicos italianos, 6-XII-1953. ASS (1953), 794-802.
[3] León XIII. Enc. Libertas praestantíssimum (20-VI-1888), Actas de León XIII, vol, 7, 184-193.

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