miércoles, 2 de mayo de 2012

VIA MARIANA con Juan Pablo II

Catorce estaciones sobre María con los relatos evangélicos
y textos de la Enc. Redemptoris Mater de Juan Pablo II, 
25-III-1987.

Consideración inicial para cada día

La Madre del Redentor tiene un lugar preciso en el plan de la salvación, porque «al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido según la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama. ¡Abba, Padre!» (Gal 4, 4-6)... Palabras que el Concilio Vaticano II cita al comienzo de la exposición sobre la bienaventurada Virgen María (cf LG 52), sobre su presencia activa y ejemplar en la vida de la Iglesia (RM, 1).


La Iglesia, confortada por la presencia de Cristo (cf Mt 28,20), camina en el tiempo hacia la consumación de los siglos y va al encuentro del Señor que llega. Pero en este camino procede recorriendo de nuevo el itinerario realizado por la Virgen María, que “avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz” (LG, 58) (RM, 2).

1. La anunciación de Gabriel.

En el mes sexto fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, por nombre Nazaret, a una virgen desposada con un varón llamado José, de la casa de David. El nombre de la virgen era María.. El ángel le dijo. “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios y vas a concebir en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y se llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre. Reinará en la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin”... Respondió María: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 26-38).

            El plan divino de salvación, que nos ha sido revelado plenamente con la venida de Cristo, es eterno (...) abarca a todos los hombres pero reserva un lugar particular a la “mujer” que es la Madre de aquel al cual el Padre ha confiado la obra de la salvación (RM, 7).

            La Virgen es llamada “bendita entre las mujeres” (Lc 1,42) (...) es una bendición espiritual que se refiere a todos los hombres y lleva consigo la plenitud y la universalidad que brota del amor que, en el Espíritu Santo, une al Padre el Hijo consustancial (...) Sin embargo esta bendición se refiere a María de modo especial y excepcional (...) cuando leemos que el mensajero dice a María “llena de gracia” (...) María está unida a Cristo de un modo totalmente especial y excepcional (RM, 8).

            Es significativo que María, reconociendo en la palabra del mensajero divino la voluntad del Altísimo y sometiéndose a su poder, diga: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). María da su consentimiento a la elección de Dios para ser la Madre de su Hijo por obra del Espíritu Santo. María aceptó la elección para Madre del Hijo de Dios, guiada por el amor esponsal... estar siempre y en todo “entregada a Dios”.
(…) Jesucristo, como respuesta a esta disponibilidad interior de su Madre, la preparaba cada vez más a ser para los hombres “madre en el orden de la gracia” (RM, 39).

2. La visita a Isabel.

En aquellos días se levantó María y marchó con presteza a la montaña, a una ciudad de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas Isabel escuchó el saludo de María, saltó el niño en su seno, e Isabel fue llena del Espíritu santo, y exclamó con gran voz y dijo: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a visitarme? Porque apenas la voz de tu aludo llegó a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron anunciadas de parte del Señor”.
Y María dijo: “Magnifica mi alma al Señor y mi espíritu salta de gozo en Dios, mi Salvador. Porque ha mirado la pequeñez de su sierva, he aquí que desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí...”. María se quedó con ella unos tres meses y se volvió a su casa (Lc, 1, 39-56).

            El mensajero divino se había referido a cuanto había acontecido en Isabel (...) así pues, María, movida por la caridad, se dirige a la casa de su pariente. Cuando entra, Isabel, al responder a su saludo y sintiendo saltar de gozo al niño en su seno, “llena del Espíritu Santo”, a su vez saluda a María en voz alta: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1,40-42). En el saludo de Isabel parece ser de importancia fundamental lo que dice al final: “¡feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1,45) (RM, 12).

            En su arrebatamiento María confiesa que se ha encontrado en el centro mismo de esta plenitud de Cristo. Es consciente de que en ella se realiza la promesa hecha a los padres y, ante todo, “a favor de Abraham y su descendencia por siempre”; que en ella, como madre de Cristo, converge toda la economía salvífica (RM, 36).

            En el Magníficat la Iglesia encuentra vencido de raíz el pecado del comienzo de la historia terrena del hombre y de la mujer, el pecado de la incredulidad o de la poca fe en Dios. María (…) proclama con fuerza la verdad no ofuscada sobre Dios. El camino de la Iglesia...  implica un renovado empeño en su misión... la misma misión (RM, 37).

3. El nacimiento de Jesús.

La concepción de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José, y antes de que ellos conviviesen, concibió por obra del Espíritu Santo (Mt 1, 18-25).

Y sucedió por aquellos días que salió un edicto de César Augusto para que se empadronase todo el mundo. Este primer censo se hizo cuando Quirino era gobernador de Siria. Todos iban a inscribirse cada cual a su ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, hacia Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y de la familia de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba encinta.
Estando allí, se le cumplió el tiempo de su alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito y lo envolvió en pañales y le acostó en un pesebre porque no había sitio para ellos en la posada (Lc 2, 1-7).

            María sabe que lo ha concebido y dado a luz “sin conocer varón”, por obra del Espíritu Santo, con el poder del Altísimo  (…) sabe que el Hijo dado a luz virginalmente es precisamente el “Santo”, el “Hijo de Dios”, del que le ha hablado el ángel (RM, 17).

            El nacimiento se había dado en una situación de extrema pobreza (…) María se dirigió con José a Belén: no habiendo encontrado sitio en el alojamiento, dio a luz a su hijo en un establo y le acostó en un pesebre (RM, 16).

            La Iglesia es consciente – y en nuestra época tal conciencia se refuerza de manera particular- de que se debe salvaguardar cuidadosamente la importancia que “los pobres” y “la opción a favor de los pobres” tienen en la palabra del Dios vivo. Se trata de temas y problemas orgánicamente relacionados con el sentido cristiano de la libertad y de la liberación (RM, 37).

4. La presentación de Jesús en el templo.

Cuando se les cumplió el período de la purificación, conforme a la ley de Moisés lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor según está escrito en su ley…
(Simeón) lo tomó en sus brazos y alabó a Dios diciendo: “Ahora, Señor, puedes sacar libre a tu siervo en paz, según tu palabra, pues mis ojos han visto tu salvación. La que has preparado ante la faz de todos los pueblos. Luz para iluminación de los gentiles y gloria de tu pueblo Israel”.
Su padre y su madre estaban admirados con las cosas que se decían de él. Y Simeón los bendijo y dijo a su madre: “Este está destinado para caída y resurrección de muchos en Israel, para signo de contradicción. Y una espada atravesará tu propia alma. Para que se descubran los pensamientos de muchos corazones” (Lc 2, 22-38).

            Las palabras de Simeón dan nueva luz al anuncio que María había oído del ángel: Jesús es el Salvador, es la “luz para iluminar” a los hombres (RM, 16).

            Si Él ha querido llamar eternamente al hombre a participar de la naturaleza divina (cf 2Pt 1,4), se puede afirmar que ha predispuesto la “divinización” del hombre según su condición histórica, de suerte que, después del pecado, está dispuesto a restablecer con un gran precio el designio eterno de su amor mediante la “humanización” del Hijo, consustancial a Él. Todo lo creado, y más directamente el hombre, no puede menos de quedar asombrado ante este don (RM, 51).

Socorre al pueblo que sucumbe y lucha por levantarse” (…) La Iglesia ve a la Bienaventurada Madre de Dios en el misterio salvífico de Cristo (…) la ve maternalmente presente y partícipe en los múltiples y complejos problemas que acompaña hoy la vida de los individuos, de las familias y de las naciones; la ve socorriendo al pueblo cristiano en la lucha incesante entre el bien y el mal, para que “no caiga” o, si cae, “se levante” (RM, 52).

5. La visita de los magos.

Después que nació Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, se presentaron en Jerusalén unos sabios de Oriente que preguntaban: “¿Dónde está el nacido rey de los judíos? Pues hemos visto su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarlo” (...) Herodes llamó en privado a los Magos, se informó diligentemente por ellos del tiempo de la aparición de la estrella y los envió a Belén...
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino. Y he aquí que la estrella, la que vieron en Oriente, les precedía hasta que llegó y se paró encima de donde estaba el niño. Entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre. Y postrados lo adoraron. Abrieron sus cofres y le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Avisados en sueños de que no volviesen a Herodes, regresaron por otro camino a su tierra (Mt 2, 1-12).

            “La Iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios” (LG, 8)… Se trata de una peregrinación a través de la fe, de una peregrinación en el Espíritu Santo dado a la Iglesia como invisible Consolador (parákletos). Precisamente en este camino María está presente como la que es “feliz porque ha creído”, participando como ninguna otra criatura en el misterio de Cristo (RM, 25).

            Los que a través de los siglos, de entre los diversos pueblos y naciones de la tierra, acogen con fe el misterio de Cristo, Verbo encarnado y Redentor del mundo, no sólo se dirigen con veneración y recurren con confianza a María como a su Madre, sino que buscan en su fe el sostén de la propia fe (RM, 27).

6. La estancia en Egipto.

Después que se marcharon (los magos) un ángel del Señor se apareció durante el sueño a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y estáte allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”... y marchó a Egipto y estuvo allí hasta la muerte de Herodes.
(...) Muerto Herodes... Él se levantó, tomó al niño y a su madre y entró en tierra de Israel. Pero oyendo que Arquelao reinaba en Judea, en lugar de su padre Herodes, temió ir allá; y, avisado en sueños, se retiró a la parte de Galilea y habitó en una ciudad llamada Nazaret para que se cumpliera lo que estaba dicho por los profetas, que se llamaría Nazareno. (Mt 2, 13-15.19-22).

            Después de la visita de los Magos, después de su homenaje (“postrándose le adoraron”), después de ofrecer unos dones, María con el niño debe huir a Egipto bajo la protección diligente de José porque “Herodes buscaba al niño para matarlo”. Y hasta la muerte de Herodes tendrán que permanecer en Egipto (RM, 16).

            No se trata aquí sólo de la historia de la Virgen Madre, de su personal camino de fe... sino además de la historia de todo el Pueblo de Dios, de todos los que toman parte en la misma peregrinación de la fe (RM, 5).

            Todo esto se realiza en un gran proceso histórico y, por así decir, “en un camino”. La peregrinación de la fe indica la historia interior, es decir, la historia de las almas. Pero ésta es también la historia de los hombres, sometidos en esta tierra a la transitoriedad y comprendidos en la dimensión histórica. Su excepcional peregrinación en la fe representa un punto de referencia constante para la Iglesia, para los individuos y comunidades, para los pueblos y naciones y, en cierto modo, para toda la humanidad (RM, 6).

7. Jesús hallado en el templo.

Sus padres iban anualmente a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Y cuando tuvo doce años subieron como de costumbre a la fiesta.
Una vez terminados los días, al regresar ellos, se quedó el niño Jesús en Jerusalén sin que lo notaran sus padres (...) Al tercer día lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores, oyéndoles y preguntándoles (....)
Al verlo se conmovieron y su madre le dijo: Hijo, ¿por qué has hecho así con nosotros? Mira, tu padre y yo llenos de pena andábamos buscándote. Él les respondió: ¿Por qué me buscabais? No sabíais que debía estar en las cosas de mi Padre? (Lc 2, 41-50)

Cuando después del encuentro en el templo, a la pregunta de la madre: “¿por qué has hecho esto?”, Jesús, que tenía doce años, responde: “¿No sabíais que yo debo estar en las cosas de mi Padre?” y el evangelista añade: “pero ellos (José y María) no comprendieron la respuesta que les dio”. Por lo tanto, Jesús tenía conciencia de que “nadie conoce bien al Hijo sino el Padre”, tanto que aquella a la cual había sido revelado más profundamente el misterio de su filiación divina, su Madre, vivía en la intimidad con este misterio sólo por medio de la fe. Hallándose al lado del Hijo, bajo un mismo techo avanzaba en la peregrinación de la fe. Y así sucedió a lo largo de la vida pública de Cristo (RM, 17).

            A medida que se esclarecía ante sus ojos y ante su espíritu la misión del Hijo, ella misma como Madre se abría cada vez más a aquella novedad de la maternidad que debía constituir su papel junto al Hijo. María, oyendo y meditando aquella palabra en la que se hacía cada vez más transparente… la autorrevelación del Dios viviente, se convierte así en la primera discípula de su Hijo, la primera a la cual parecía decir: “Sígueme”, aun antes de dirigir esa llamada a los apóstoles o a cualquier otra persona (RM, 20).

8. Vida oculta en Nazaret.

Así que cumplieron todo lo que ordena la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a Nazaret, su ciudad (Lc 2,39-40).
Bajó con ellos y vino a Nazaret y les obedecía (al regresar de la fiesta a los doce años). Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón” (Lc 2, 51-52).

Al regreso de Egipto, “fue (José) a habitar a una ciudad llamada Nazaret, para que se cumpliese lo dicho por los profetas: «Será llamado Nazareno»” (Mt 2, 23).

            Después de la muerte de Herodes, cuando la Sagrada Familia regresa a Nazaret, comienza el largo período de la vida oculta… Diariamente junto a ella está el Hijo.

            A lo largo de la vida oculta de Jesús en la casa de Nazaret, también la vida de María está “oculta con Cristo en Dios” (Col 3,3) por medio de la fe pues la fe es un contacto con el misterio de Dios… durante los años de su vida oculta en Nazaret donde “vivía sujeto a ellos”; sujeto a María y también a José porque éste hacía las veces de padre ante los hombres; de ahí que el Hijo de María era considerado también por las gentes como “el hijo del carpintero” (RM, 17).

            En este tiempo de vela, María (…) está presente en la misión y en la obra de la Iglesia que introduce en el mundo el Reino de su Hijo. Esta presencia de María encuentra múltiples medios de expresión en nuestros días al igual que a lo largo de la historia de la Iglesia... por medio de la fuerza atractiva e irradiadora de los grandes santuarios, en los que no sólo los individuos o grupos locales, sino a veces naciones enteras y continentes, buscan el encuentro con la Madre del Señor (RM, 28).

9. En la boda de Caná.

            Al tercer día (después del testimonio de Juan a los fariseos en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba y al día siguiente de haber conocido Jesús a los seis primeros: Juan y Andrés, Simón y Santiago,  Felipe y Natanael) se celebró una boda en Caná de Galilea y asistía la madre de Jesús. Fue también invitado Jesús con sus discípulos al banquete...
El maestresala probó el agua convertida en vino –él no sabía de dónde venía, pero lo sabían los criados, que habían sacado el agua-, llamó al novio y le dijo: Todos sirven primero el vino bueno y cuando están ya bebidos, el peor; pero tú has guardado hasta ahora el vino mejor. Este fue el primer milagro que hizo Jesús, en Caná de Galilea, y manifestó su gloria y creyeron en Él sus discípulos (Jn 2, 1-11).

            María… contribuye a aquel “comienzo de las señales” que demuestran el poder mesiánico de su Hijo. Aunque la respuesta de Jesús a su madre parezca como un rechazo, a pesar de esto María se dirige a los criados y les dice: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5). ¿Qué entendimiento profundo se ha dado entre Jesús y María? ¿Cómo explorar el misterio de su íntima unión espiritual?
Es evidente que en aquel hecho se delinea ya con bastante claridad la nueva dimensión de la maternidad de María, o sea la solicitud de María por los hombres, el ir a su encuentro en toda la gama de sus necesidades. Por consiguiente se da una mediación: María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. María intercede por los hombres.
La Madre de Cristo se presenta ante los hombres como portavoz de la voluntad del Hijo, indicadora de aquellas exigencias que deben cumplirse para que pueda manifestarse el poder salvífico del Mesías (RM, 21).

Con este carácter de “intercesión”, que se manifestó por primera vez en Caná de Galilea, la mediación de María continúa en la historia de la Iglesia y del mundo (RM, 40).

10. Elogios a la madre de Jesús.

De los casi 3 años de vida pública de Jesús, si el segundo es el 781-782 del Imperio Romano, o sea el 31-32 de la era cristiana, Jesús tendría 38-39 años.

Mientras él decía esto (estando en Cafarnaúm), una mujer de entre la muchedumbre alzó la voz y dijo: ¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que mamaste! Pero él dijo: ¡Más dichosos los que oyen la palabra de Dios y la cumplen! (Lc 11, 27-28).

            Estas palabras constituían una alabanza para María como madre de Jesús, según la carne… Se diría que las palabras de aquella mujer desconocida le hayan hecho salir, en cierto sentido, de su escondimiento.
            Pero a la bendición proclamada por aquella mujer respecto a su madre según la carne, Jesús responde de manera significativa… Podemos afirmar que el elogio pronunciado por Jesús… viene a coincidir con ella en la persona de esta Madre-Virgen que se ha llamado solamente “esclava del Señor”.
Si es cierto que todas las generaciones la llamarán bienaventurada, se puede decir que aquella mujer anónima ha sido la primera en confirmar inconscientemente aquel versículo profético del Magníficat de María y dar comienzo al Magníficat de los siglos (RM, 20).

11. Su madre y sus hermanos quieren verle.

Cuando estaba aún hablando a las muchedumbres (en Cafarnaúm), vinieron a buscarle para hablar con él su madre y sus hermanos... (Mt 12,46-50; Mc 3,31-35 y Lc 8, 19-21).

            Al ser anunciado a Jesús que su madre y sus hermanos están fuera y quieren verle, responde: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen”. Esto dijo “mirando en torno a los que estaban sentados en coro” como leemos en Marcos o, según Mateo, “extendiendo su mano hacia sus discípulos”.
(…) Un vínculo como el de la “fraternidad” significa también una cosa distinta de la “fraternidad según la carne”. Y aun la “maternidad”, en la dimensión del reino de Dios, en la esfera de la paternidad de Dios mismo, adquiere un significado diverso (RM, 20).

María “es nuestra madre en el orden de la gracia y esta maternidad perdura sin cesar en la economía de la gracia... hasta la consumación de los siglos” (LG, 61) (RM, 22).

            “Igual que María..., así la Iglesia llega a ser Madre cuando acogiendo con fidelidad la palabra de Dios por la predicación y el bautismo, engendra para la vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios” (LG, 64) (RM, 43).

Es una maternidad en orden de la gracia... comprendida y vivida particularmente por el pueblo cristiano en el sagrado Banquete –celebración litúrgica del misterio de la Redención-, en el cual Cristo, su verdadero cuerpo nacido de María Virgen, se hace presente. Con razón la piedad del pueblo cristiano ha visto siempre un profundo vínculo entre la devoción a la Santísima Virgen y el culto a la Eucaristía (RM, 44).

12. Jesús vuelve a Nazaret.

            Y vino a su patria y les enseñaba en su sinagoga... ¿No se llama su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? (Mt 13, 54-58).

            ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? (Mc 6, 1-6).

            Su presencia en medio de Israel –tan discreta que pasó casi inobservada a los ojos de sus contemporáneos- resplandecía claramente ante el Eterno... Con razón pues, sentimos la necesidad de poner de relieve la presencia singular de la Madre de Cristo en la historia (RM, 3).

            La figura de María proyecta luz sobre la mujer en cuanto tal por el mismo hecho de que Dios, en el sublime acontecimiento de la encarnación del Hijo, se ha entregado al ministerio libre y activo de una mujer. Por lo tanto, se puede decir que la mujer, al mirar a María, encuentra en ella el secreto para vivir dignamente su feminidad y para llevar a cabo su verdadera promoción. A la luz de María la Iglesia lee en el rostro de la mujer los reflejos de una belleza que es espejo de los más altos sentimientos, de que es capaz el corazón humano; la oblación total del amor, la fuerza que sabe resistir a los más grandes dolores, la fidelidad sin límites, la laboriosidad infatigable y la capacidad de conjugar la intuición penetrante con la palabra de apoyo y de estímulo (RM, 46).

13. Confía el discípulo a su madre.

Si el tercer año de la vida pública de Jesús es el 782-783 del Imperio Romano, o sea el 32-33 de la era cristiana, Jesús tendría 39-40 años.

Estaba junto a la cruz de Jesús su Madre y la hermana de su madre, María la de Cleofás y María Magdalena. Jesús, pues, viendo a su Madre y junto a Ella al discípulo a quien amaba, dijo a la Madre: ¡Mujer, he ahí a tu hijo! Luego dijo al discípulo: ¡He ahí a tu madre! Y desde aquella hora la recibió el discípulo consigo (Jn 19, 25-27).

            El Concilio afirma que esto sucedió “no sin designio divino”: “se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma”. De este modo María “mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz” (LG, 58).
            (…) Su Hijo agoniza sobre aquel madero como un condenado ¡Cuán grande, cuán heroica en esos momentos es la obediencia de la fe demostrada por María! Por medio de esta fe María está unida perfectamente a Cristo en su despojamiento. A los pies de la cruz, María participa por medio de la fe en el desconcertante misterio de este despojamiento. Es ésta tal vez la más profunda ”kénosis” de la fe en la historia de la humanidad (RM, 18).

            Jesús ponía en evidencia un nuevo vínculo entre Madre e Hijo; ella emerge de la definitiva maduración del misterio pascual del Redentor. Es entregada al hombre –a cada uno y a todos- como madre. Siguiendo la Tradición, el Concilio no duda en llamar a María “Madre de Cristo y Madre de los hombres” pues está “unida en la estirpe de Adán con todos los hombres” (RM, 23).

            “Ahí tienes a tu hijo”. Se puede decir que en estas palabras está indicado plenamente el motivo de la dimensión mariana de los discípulos de Cristo, de todo discípulo, de todo cristiano. A los pies de la cruz comienza aquella especial entrega del hombre a la Madre de Cristo que en la historia de la Iglesia se ha ejercido y expresado posteriormente de modos diversos… el cristiano, como el apóstol Juan, “acoge entre sus cosas propias” a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida interior; es decir, en su yo humano y cristiano (RM, 45).


14. Esperan en el Cenáculo la Pentecostés.

Después (de subir al cielo) se volvieron a Jerusalén desde el monte llamado de los olivos... Todos ellos perseveraban con un mismo sentir en la oración, en compañía de algunas mujeres y con María la madre de Jesús y con sus hermanos (Act 1, 12-14).

            En el cenáculo el itinerario de María se encuentra con el camino de la Iglesia... Estaba... en el cenáculo donde los apóstoles se preparaban a asumir esta misión con la venida del Espíritu de la Verdad. La Iglesia, por tanto, desde el primer momento “miró” a María, a través de Jesús, como “miró” a Jesús a través de María.

Mientras María se encontraba con los apóstoles en el cenáculo de Jerusalén en los albores de la Iglesia, se confirmaba su fe, nacida de las palabras de la anunciación. Ella, también como Abraham, había sido la que “esperando contra toda esperanza, creyó” (Rom 4, 18) (RM, 26).


Ya en el momento mismo del nacimiento de la Iglesia y de su plena manifestación al mundo, según el Concilio, deja entrever esta continuidad de la maternidad de María “implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la anunciación” (LG, 59). Así la que está presente en el misterio de Cristo como Madre, se hace –por voluntad del Hijo y por obra del Espíritu Santo- presente en el misterio de la Iglesia (RM, 24).

Consideración final para cada día:

Con el misterio de la asunción a los cielos, se han realizado definitivamente en María todos los efectos de la única mediación de Cristo Redentor del mundo y Señor resucitado… la Madre de Cristo es glorificada como “Reina universal”. Ha sido la primera entre aquellos que ha conseguido plenamente aquel “estado de libertad real”, propio de los discípulos de Cristo: ¡servir quiere decir reinar! Entró en la gloria de su reino. María, esclava del Señor, forma parte de este Reino del Hijo. La gloria de servir no cesa de ser su exaltación real. Así en su asunción a los cielos, María está envuelta por toda la realidad de la comunión de los santos, y su misma unión con el Hijo en la gloria está dirigida toda ella hacia la plenitud definitiva del Reino, cuando “Dios sea todo en todas las cosas” (RM, 41).

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