Catorce estaciones sobre María con los relatos evangélicos
y textos de la Enc. Redemptoris Mater de Juan Pablo II,
25-III-1987.
25-III-1987.
Consideración inicial
para cada día
La Madre
del Redentor tiene un lugar preciso en el plan de la salvación, porque «al
llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer,
nacido según la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que
recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha
enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama. ¡Abba, Padre!»
(Gal 4, 4-6)... Palabras que el Concilio Vaticano II cita al comienzo de la
exposición sobre la bienaventurada Virgen María (cf LG 52), sobre su presencia
activa y ejemplar en la vida de la Iglesia (RM, 1).
La Iglesia, confortada por la presencia de Cristo (cf Mt 28,20), camina en el tiempo hacia la consumación de los siglos y va al encuentro del Señor que llega. Pero en este camino procede recorriendo de nuevo el itinerario realizado por la Virgen María, que “avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz” (LG, 58) (RM, 2).
1. La anunciación de Gabriel.
En el mes sexto fue
enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, por nombre Nazaret,
a una virgen desposada con un varón llamado José, de la casa de David. El
nombre de la virgen era María.. El ángel le dijo. “No temas, María, porque
has hallado gracia delante de Dios y vas a concebir en tu seno y darás a luz un
hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y se llamará Hijo del
Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre. Reinará en la
casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin”... Respondió
María: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 26-38).
El plan
divino de salvación, que nos ha sido revelado plenamente con la venida de
Cristo, es eterno (...) abarca a todos los hombres pero reserva un lugar
particular a la “mujer” que es la Madre de aquel al cual el Padre ha confiado
la obra de la salvación (RM, 7).
La Virgen
es llamada “bendita entre las mujeres” (Lc 1,42) (...) es una bendición
espiritual que se refiere a todos los hombres y lleva consigo la plenitud y la
universalidad que brota del amor que, en el Espíritu Santo, une al Padre el
Hijo consustancial (...) Sin embargo esta bendición se refiere a María de modo especial y
excepcional (...) cuando leemos que el mensajero dice a María “llena de gracia”
(...) María está unida a Cristo de un modo totalmente especial y excepcional
(RM, 8).
Es
significativo que María, reconociendo en la palabra del mensajero divino la
voluntad del Altísimo y sometiéndose a su poder, diga: “He aquí la
esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). María da
su consentimiento a la elección de Dios para ser la Madre de su Hijo por obra
del Espíritu Santo. María aceptó la elección para Madre del Hijo de Dios,
guiada por el amor esponsal... estar siempre y en todo “entregada a Dios”.
(…) Jesucristo, como respuesta a
esta disponibilidad interior de su Madre, la preparaba cada vez más a ser para
los hombres “madre en el orden de la gracia” (RM, 39).
2. La visita a Isabel.
En aquellos días se
levantó María y marchó con presteza a la montaña, a una ciudad de Judá. Entró
en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas Isabel escuchó el saludo de
María, saltó el niño en su seno, e Isabel fue llena del Espíritu santo, y
exclamó con gran voz y dijo: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el
fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a visitarme?
Porque apenas la voz de tu aludo llegó a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi
seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron
anunciadas de parte del Señor”.
Y María dijo: “Magnifica
mi alma al Señor y mi espíritu salta de gozo en Dios, mi Salvador. Porque ha
mirado la pequeñez de su sierva, he aquí que desde ahora todas las generaciones
me llamarán bienaventurada porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí...”.
María se quedó con ella unos tres meses y se volvió a su casa (Lc, 1, 39-56).
El
mensajero divino se había referido a cuanto había acontecido en Isabel (...)
así pues, María, movida por la caridad, se dirige a la casa de su pariente.
Cuando entra, Isabel, al responder a su saludo y sintiendo saltar de gozo al
niño en su seno, “llena del Espíritu Santo”, a su vez saluda a María en voz
alta: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”
(Lc 1,40-42). En el saludo de Isabel parece ser de importancia fundamental lo
que dice al final: “¡feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que
le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1,45) (RM, 12).
En su arrebatamiento
María confiesa que se ha encontrado en el centro mismo de esta plenitud de
Cristo. Es consciente de que en ella se realiza la promesa hecha a los padres
y, ante todo, “a favor de Abraham y su descendencia por siempre”; que en
ella, como madre de Cristo, converge toda la economía salvífica (RM, 36).
En el Magníficat
la Iglesia encuentra vencido de raíz el pecado del comienzo de la historia
terrena del hombre y de la mujer, el pecado de la incredulidad o de la poca fe
en Dios. María (…) proclama con fuerza la verdad no ofuscada sobre Dios. El
camino de la Iglesia... implica
un renovado empeño en su misión... la misma misión (RM, 37).
3. El nacimiento de Jesús.
La concepción de Jesucristo
fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José, y antes de que
ellos conviviesen, concibió por obra del Espíritu Santo (Mt 1, 18-25).
Y sucedió por aquellos
días que salió un edicto de César Augusto para que se empadronase todo el
mundo. Este primer censo se hizo cuando Quirino era gobernador de Siria. Todos
iban a inscribirse cada cual a su ciudad. Subió también José desde Galilea, de
la ciudad de Nazaret, hacia Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén,
por ser él de la casa y de la familia de David, para inscribirse con María, su
esposa, que estaba encinta.
Estando allí, se le
cumplió el tiempo de su alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito y lo
envolvió en pañales y le acostó en un pesebre porque no había sitio para ellos
en la posada (Lc 2, 1-7).
María sabe
que lo ha concebido y dado a luz “sin conocer varón”, por obra del Espíritu
Santo, con el poder del Altísimo (…) sabe
que el Hijo dado a luz virginalmente es precisamente el “Santo”, el “Hijo de
Dios”, del que le ha hablado el ángel (RM, 17).
El
nacimiento se había dado en una situación de extrema pobreza (…) María se
dirigió con José a Belén: no habiendo encontrado sitio en el alojamiento, dio a
luz a su hijo en un establo y le acostó en un pesebre (RM, 16).
La Iglesia
es consciente – y en nuestra época tal conciencia se refuerza de manera
particular- de que se debe salvaguardar cuidadosamente la importancia que “los
pobres” y “la opción a favor de los pobres” tienen en la palabra del Dios vivo.
Se trata de temas y problemas orgánicamente relacionados con el sentido
cristiano de la libertad y de la liberación (RM, 37).
4. La presentación de Jesús en el templo.
Cuando se les cumplió el
período de la purificación, conforme a la ley de Moisés lo llevaron a Jerusalén
para presentarlo al Señor según está escrito en su ley…
(Simeón) lo tomó en sus brazos y
alabó a Dios diciendo: “Ahora, Señor, puedes sacar libre a tu siervo en paz,
según tu palabra, pues mis ojos han visto tu salvación. La que has preparado
ante la faz de todos los pueblos. Luz para iluminación de los gentiles y gloria
de tu pueblo Israel”.
Su padre y su madre
estaban admirados con las cosas que se decían de él. Y Simeón los bendijo y
dijo a su madre: “Este está destinado para caída y resurrección de muchos en
Israel, para signo de contradicción. Y una espada atravesará tu propia alma.
Para que se descubran los pensamientos de muchos corazones” (Lc 2, 22-38).
Las
palabras de Simeón dan nueva luz al anuncio que María había oído del ángel:
Jesús es el Salvador, es la “luz para iluminar” a los hombres (RM, 16).
Si Él ha
querido llamar eternamente al hombre a participar de la naturaleza divina (cf
2Pt 1,4), se puede afirmar que ha predispuesto la “divinización” del hombre
según su condición histórica, de suerte que, después del pecado, está dispuesto
a restablecer con un gran precio el designio eterno de su amor mediante la
“humanización” del Hijo, consustancial a Él. Todo lo creado, y más directamente
el hombre, no puede menos de quedar asombrado ante este don (RM, 51).
“Socorre al pueblo que sucumbe
y lucha por levantarse” (…) La Iglesia ve a la Bienaventurada Madre de Dios
en el misterio salvífico de Cristo (…) la ve maternalmente presente y partícipe
en los múltiples y complejos problemas que acompaña hoy la vida de los
individuos, de las familias y de las naciones; la ve socorriendo al pueblo
cristiano en la lucha incesante entre el bien y el mal, para que “no caiga” o,
si cae, “se levante” (RM, 52).
5. La visita de los magos.
Después que nació Jesús en
Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, se presentaron en Jerusalén unos
sabios de Oriente que preguntaban: “¿Dónde está el nacido rey de los judíos?
Pues hemos visto su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarlo” (...)
Herodes llamó en privado a los Magos, se informó diligentemente por ellos del
tiempo de la aparición de la estrella y los envió a Belén...
Ellos, después de oír al
rey, se pusieron en camino. Y he aquí que la estrella, la que vieron en
Oriente, les precedía hasta que llegó y se paró encima de donde estaba el niño.
Entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre. Y postrados lo
adoraron. Abrieron sus cofres y le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra.
Avisados en sueños de que no volviesen a Herodes, regresaron por otro camino a
su tierra (Mt 2, 1-12).
“La
Iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de
Dios” (LG, 8)… Se trata de una peregrinación a través de la fe, de una
peregrinación en el Espíritu Santo dado a la Iglesia como invisible Consolador
(parákletos). Precisamente en este camino María está presente como la que es “feliz
porque ha creído”, participando como ninguna otra criatura en el misterio
de Cristo (RM, 25).
Los que a
través de los siglos, de entre los diversos pueblos y naciones de la tierra,
acogen con fe el misterio de Cristo, Verbo encarnado y Redentor del mundo, no
sólo se dirigen con veneración y recurren con confianza a María como a su
Madre, sino que buscan en su fe el sostén de la propia fe (RM, 27).
6. La estancia en Egipto.
Después que se marcharon (los magos) un ángel del Señor se apareció
durante el sueño a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre,
huye a Egipto y estáte allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al
niño para matarlo”... y marchó a Egipto y estuvo allí hasta la muerte de
Herodes.
(...) Muerto Herodes...
Él se levantó, tomó al niño y a su madre y entró en tierra de Israel. Pero
oyendo que Arquelao reinaba en Judea, en lugar de su padre Herodes, temió ir
allá; y, avisado en sueños, se retiró a la parte de Galilea y habitó en una
ciudad llamada Nazaret para que se cumpliera lo que estaba dicho por los
profetas, que se llamaría Nazareno. (Mt 2, 13-15.19-22).
Después de
la visita de los Magos, después de su homenaje (“postrándose le adoraron”),
después de ofrecer unos dones, María con el niño debe huir a Egipto bajo la
protección diligente de José porque “Herodes buscaba al niño para matarlo”. Y
hasta la muerte de Herodes tendrán que permanecer en Egipto (RM, 16).
No se trata
aquí sólo de la historia de la Virgen Madre, de su personal camino de fe...
sino además de la historia de todo el Pueblo de Dios, de todos los que toman
parte en la misma peregrinación de la fe (RM, 5).
Todo esto
se realiza en un gran proceso histórico y, por así decir, “en un camino”. La
peregrinación de la fe indica la historia interior, es decir, la historia de
las almas. Pero ésta es también la historia de los hombres, sometidos en esta
tierra a la transitoriedad y comprendidos en la dimensión histórica. Su
excepcional peregrinación en la fe representa un punto de referencia constante
para la Iglesia, para los individuos y comunidades, para los pueblos y naciones
y, en cierto modo, para toda la humanidad (RM, 6).
7. Jesús hallado en el templo.
Sus
padres iban anualmente a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Y cuando tuvo
doce años subieron como de costumbre a la fiesta.
Una
vez terminados los días, al regresar ellos, se quedó el niño Jesús en Jerusalén
sin que lo notaran sus padres (...) Al tercer día lo encontraron en el templo,
sentado en medio de los doctores, oyéndoles y preguntándoles (....)
Al
verlo se conmovieron y su madre le dijo: Hijo, ¿por qué has hecho así con nosotros?
Mira, tu padre y yo llenos de pena andábamos buscándote. Él les respondió: ¿Por
qué me buscabais? No sabíais que debía estar en las cosas de mi Padre? (Lc 2, 41-50)
Cuando después del encuentro en
el templo, a la pregunta de la madre: “¿por qué has hecho esto?”, Jesús,
que tenía doce años, responde: “¿No sabíais que yo debo estar en las
cosas de mi Padre?” y el evangelista añade: “pero ellos (José y María)
no comprendieron la respuesta que les dio”. Por lo tanto, Jesús tenía
conciencia de que “nadie conoce bien al Hijo sino el Padre”,
tanto que aquella a la cual había sido revelado más profundamente el misterio
de su filiación divina, su Madre, vivía en la intimidad con este misterio sólo
por medio de la fe. Hallándose al lado del Hijo, bajo un mismo techo avanzaba
en la peregrinación de la fe. Y así sucedió a lo largo de la vida pública de
Cristo (RM, 17).
A medida
que se esclarecía ante sus ojos y ante su espíritu la misión del Hijo, ella
misma como Madre se abría cada vez más a aquella novedad de la maternidad que
debía constituir su papel junto al Hijo. María, oyendo y meditando aquella
palabra en la que se hacía cada vez más transparente… la autorrevelación del
Dios viviente, se convierte así en la primera discípula de su Hijo, la primera
a la cual parecía decir: “Sígueme”, aun antes de dirigir esa
llamada a los apóstoles o a cualquier otra persona (RM, 20).
8. Vida oculta en Nazaret.
Así que cumplieron todo lo
que ordena la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a Nazaret, su ciudad (Lc 2,39-40).
“Bajó con ellos y vino
a Nazaret y les obedecía (al regresar de la fiesta a los doce años). Su
madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón” (Lc 2,
51-52).
Al regreso de Egipto, “fue
(José) a habitar a una ciudad llamada Nazaret, para que se cumpliese lo dicho
por los profetas: «Será llamado Nazareno»” (Mt 2, 23).
Después de
la muerte de Herodes, cuando la Sagrada Familia regresa a Nazaret, comienza el
largo período de la vida oculta… Diariamente junto a ella está el Hijo.
A lo largo
de la vida oculta de Jesús en la casa de Nazaret, también la vida de María está
“oculta con Cristo en Dios” (Col 3,3) por medio de la fe pues la fe es
un contacto con el misterio de Dios… durante los años de su vida oculta en
Nazaret donde “vivía sujeto a ellos”; sujeto a María y también a José
porque éste hacía las veces de padre ante los hombres; de ahí que el Hijo de
María era considerado también por las gentes como “el hijo del carpintero”
(RM, 17).
En este
tiempo de vela, María (…) está presente en la misión y en la obra de la Iglesia
que introduce en el mundo el Reino de su Hijo. Esta presencia de María
encuentra múltiples medios de expresión en nuestros días al igual que a lo
largo de la historia de la Iglesia... por medio de la fuerza atractiva e
irradiadora de los grandes santuarios, en los que no sólo los individuos o
grupos locales, sino a veces naciones enteras y continentes, buscan el
encuentro con la Madre del Señor (RM, 28).
9. En la boda de Caná.
Al tercer día (después del testimonio de Juan a
los fariseos en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba y al día
siguiente de haber conocido Jesús a los seis primeros: Juan y Andrés, Simón y
Santiago, Felipe y Natanael) se
celebró una boda en Caná de Galilea y asistía la madre de Jesús. Fue también
invitado Jesús con sus discípulos al banquete...
El maestresala probó el
agua convertida en vino –él no sabía de dónde venía, pero lo sabían los
criados, que habían sacado el agua-, llamó al novio y le dijo: Todos sirven
primero el vino bueno y cuando están ya bebidos, el peor; pero tú has guardado
hasta ahora el vino mejor. Este fue el primer milagro que hizo Jesús, en
Caná de Galilea, y manifestó su gloria y creyeron en Él sus discípulos (Jn
2, 1-11).
María… contribuye
a aquel “comienzo de las señales” que demuestran el poder mesiánico de su Hijo.
Aunque la respuesta de Jesús a su madre parezca como un rechazo, a pesar de
esto María se dirige a los criados y les dice: “Haced lo que él os diga”
(Jn 2,5). ¿Qué entendimiento profundo se ha dado entre Jesús y María? ¿Cómo
explorar el misterio de su íntima unión espiritual?
Es evidente que en aquel hecho se
delinea ya con bastante claridad la nueva dimensión de la maternidad de María,
o sea la solicitud de María por los hombres, el ir a su encuentro en toda la
gama de sus necesidades. Por consiguiente se da una mediación: María se pone
entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y
sufrimientos. María intercede por los hombres.
La Madre de Cristo se presenta
ante los hombres como portavoz de la voluntad del Hijo, indicadora de aquellas
exigencias que deben cumplirse para que pueda manifestarse el poder salvífico
del Mesías (RM, 21).
Con este carácter de
“intercesión”, que se manifestó por primera vez en Caná de Galilea, la
mediación de María continúa en la historia de la Iglesia y del mundo (RM, 40).
10. Elogios a la madre de Jesús.
De los casi 3 años de vida
pública de Jesús, si el segundo es el 781-782 del Imperio Romano, o sea el
31-32 de la era cristiana, Jesús tendría 38-39 años.
Mientras él decía esto (estando en Cafarnaúm), una mujer de entre la
muchedumbre alzó la voz y dijo: ¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que
mamaste! Pero él dijo: ¡Más dichosos los que oyen la palabra de Dios y la
cumplen! (Lc 11, 27-28).
Estas
palabras constituían una alabanza para María como madre de Jesús, según la
carne… Se diría que las palabras de aquella mujer desconocida le hayan hecho
salir, en cierto sentido, de su escondimiento.
Pero a la
bendición proclamada por aquella mujer respecto a su madre según la carne,
Jesús responde de manera significativa… Podemos afirmar que el elogio
pronunciado por Jesús… viene a coincidir con ella en la persona de esta
Madre-Virgen que se ha llamado solamente “esclava del Señor”.
Si es cierto que todas las
generaciones la llamarán bienaventurada, se puede decir que aquella mujer
anónima ha sido la primera en confirmar inconscientemente aquel versículo
profético del Magníficat de María y dar comienzo al Magníficat de
los siglos (RM, 20).
11. Su madre y sus hermanos quieren verle.
Cuando estaba aún hablando
a las muchedumbres (en Cafarnaúm),
vinieron a buscarle para hablar con él su madre y sus hermanos... (Mt 12,46-50; Mc 3,31-35 y Lc 8, 19-21).
Al ser
anunciado a Jesús que su madre y sus hermanos están fuera y quieren verle,
responde: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de
Dios y la cumplen”. Esto dijo “mirando en torno a los que estaban
sentados en coro” como leemos en Marcos o, según Mateo, “extendiendo su
mano hacia sus discípulos”.
(…) Un vínculo como el de la
“fraternidad” significa también una cosa distinta de la “fraternidad según la
carne”. Y aun la “maternidad”, en la dimensión del reino de Dios, en la esfera
de la paternidad de Dios mismo, adquiere un significado diverso (RM, 20).
María “es nuestra madre en el
orden de la gracia y esta maternidad perdura sin cesar en la economía de la
gracia... hasta la consumación de los siglos” (LG, 61) (RM, 22).
“Igual
que María..., así la Iglesia llega a ser Madre cuando acogiendo con fidelidad
la palabra de Dios por la predicación y el bautismo, engendra para la vida
nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios”
(LG, 64) (RM, 43).
Es una maternidad en orden de la
gracia... comprendida y vivida particularmente por el pueblo cristiano en el
sagrado Banquete –celebración litúrgica del misterio de la Redención-, en el
cual Cristo, su verdadero cuerpo nacido de María Virgen, se hace presente. Con
razón la piedad del pueblo cristiano ha visto siempre un profundo vínculo entre
la devoción a la Santísima Virgen y el culto a la Eucaristía (RM, 44).
12. Jesús vuelve a Nazaret.
Y vino a su patria y les enseñaba en su sinagoga... ¿No
se llama su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? (Mt
13, 54-58).
¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de
Santiago, José, Judas y Simón? (Mc 6, 1-6).
Su
presencia en medio de Israel –tan discreta que pasó casi inobservada a los ojos
de sus contemporáneos- resplandecía claramente ante el Eterno... Con razón
pues, sentimos la necesidad de poner de relieve la presencia singular de la
Madre de Cristo en la historia (RM, 3).
La figura
de María proyecta luz sobre la mujer en cuanto tal por el mismo hecho de que
Dios, en el sublime acontecimiento de la encarnación del Hijo, se ha entregado
al ministerio libre y activo de una mujer. Por lo tanto, se puede decir que la
mujer, al mirar a María, encuentra en ella el secreto para vivir dignamente su
feminidad y para llevar a cabo su verdadera promoción. A la luz de María la
Iglesia lee en el rostro de la mujer los reflejos de una belleza que es espejo
de los más altos sentimientos, de que es capaz el corazón humano; la oblación
total del amor, la fuerza que sabe resistir a los más grandes dolores, la
fidelidad sin límites, la laboriosidad infatigable y la capacidad de conjugar
la intuición penetrante con la palabra de apoyo y de estímulo (RM, 46).
13. Confía el discípulo a su madre.
Si el tercer año de la vida pública de Jesús es el 782-783
del Imperio Romano, o sea el 32-33 de la era cristiana, Jesús tendría 39-40 años.
Estaba junto a la cruz de
Jesús su Madre y la hermana de su madre, María la de Cleofás y María Magdalena.
Jesús, pues, viendo a su Madre y junto a Ella al discípulo a quien amaba, dijo
a la Madre: ¡Mujer, he ahí a tu hijo! Luego dijo al discípulo: ¡He
ahí a tu madre! Y desde aquella hora la recibió el discípulo consigo (Jn 19, 25-27).
El Concilio
afirma que esto sucedió “no sin designio divino”: “se condolió
vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su
sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por
Ella misma”. De este modo María “mantuvo fielmente la unión con su Hijo
hasta la cruz” (LG, 58).
(…) Su Hijo
agoniza sobre aquel madero como un condenado ¡Cuán grande, cuán heroica en esos
momentos es la obediencia de la fe demostrada por María! Por medio de esta fe
María está unida perfectamente a Cristo en su despojamiento. A los pies de la
cruz, María participa por medio de la fe en el desconcertante misterio de este
despojamiento. Es ésta tal vez la más profunda ”kénosis” de la fe en la
historia de la humanidad (RM, 18).
Jesús ponía
en evidencia un nuevo vínculo entre Madre e Hijo; ella emerge de la definitiva
maduración del misterio pascual del Redentor. Es entregada al hombre –a cada
uno y a todos- como madre. Siguiendo la Tradición, el Concilio no duda en
llamar a María “Madre de Cristo y Madre de los hombres” pues está “unida
en la estirpe de Adán con todos los hombres” (RM, 23).
“Ahí
tienes a tu hijo”. Se puede decir que en estas palabras está indicado
plenamente el motivo de la dimensión mariana de los discípulos de Cristo, de
todo discípulo, de todo cristiano. A los pies de la cruz comienza aquella
especial entrega del hombre a la Madre de Cristo que en la historia de la
Iglesia se ha ejercido y expresado posteriormente de modos diversos… el
cristiano, como el apóstol Juan, “acoge entre sus cosas propias” a la Madre de
Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida interior; es decir, en su
yo humano y cristiano (RM, 45).
14. Esperan en el Cenáculo la Pentecostés.
Después (de subir al cielo) se volvieron a Jerusalén
desde el monte llamado de los olivos... Todos ellos perseveraban con un mismo
sentir en la oración, en compañía de algunas mujeres y con María la madre de
Jesús y con sus hermanos (Act 1, 12-14).
En el
cenáculo el itinerario de María se encuentra con el camino de la Iglesia... Estaba... en el cenáculo donde los apóstoles
se preparaban a asumir esta misión con la venida del Espíritu de la Verdad. La
Iglesia, por tanto, desde el primer momento “miró” a María, a través de Jesús,
como “miró” a Jesús a través de María.
Ya en el momento mismo del nacimiento de la Iglesia y de su plena manifestación al mundo, según el Concilio, deja entrever esta continuidad de la maternidad de María “implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la anunciación” (LG, 59). Así la que está presente en el misterio de Cristo como Madre, se hace –por voluntad del Hijo y por obra del Espíritu Santo- presente en el misterio de la Iglesia (RM, 24).
Consideración final
para cada día:
Con el
misterio de la asunción a los cielos, se han realizado definitivamente en María
todos los efectos de la única mediación de Cristo Redentor del mundo y Señor
resucitado… la Madre de Cristo es glorificada como “Reina universal”. Ha sido
la primera entre aquellos que ha conseguido plenamente aquel “estado de
libertad real”, propio de los discípulos de Cristo: ¡servir quiere decir
reinar! Entró en la gloria de su reino. María, esclava del Señor, forma parte
de este Reino del Hijo. La gloria de servir no cesa de ser su exaltación real.
Así en su asunción a los cielos, María está envuelta por toda la realidad de la
comunión de los santos, y su misma unión con el Hijo en la gloria está dirigida
toda ella hacia la plenitud definitiva del Reino, cuando “Dios sea todo en
todas las cosas” (RM, 41).
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