VIA CRUCIS
Con textos de Juan Pablo II en las cartas ap. Tertio millennio adveniente (TMA) de 1994 y Novo millennio ineunte (NMI) de 2001.
Juan Pablo II utilizó la ordenación de las catorce estaciones el Viernes Santo de 1991 con la versión más evangélica de los dominicos en vez de la de matriz franciscana que considera algunas estaciones de la Tradición pero que no aparecen en los relatos bíblicos.
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Consideración
introductoria
«Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21).
Esta petición hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a
Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado espiritualmente en
nuestros oídos. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de
nuestro tiempo piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo, sino en
cierto modo hacérselo «ver». Nuestro testimonio sería enormemente deficiente si
nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro.
La mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor (cf
NMI,16): “contemplado en sus coordenadas históricas y en su misterio, acogido
en su múltiple presencia en la Iglesia y en el mundo, confesado como sentido de
la historia y luz de nuestro camino” (NMI, 15).
“Las narraciones evangélicas terminan mostrando al Nazareno victorioso
sobre la muerte, señalan la tumba vacía y lo siguen, perplejos y atónitos
antes, llenos de indecible gozo después, lo experimentan vivo y radiante, y de
él reciben el don del Espíritu Santo (cf Jn 20,22) y el mandato de anunciar el
evangelio a «todas las gentes» (Mt 28,19)” (NMI,18).
1ª estación Jesús en el huerto de Getsemaní
L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Y
Jesús salió, como de costumbre, al monte de los olivos, y lo siguieron sus
discípulos. Al llegar al sitio, les dijo: “Orad
para no caer en la tentación”. Él se separó de ellos, alejándose como a un
tiro de piedra y, arrodillado, oraba:
“Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino
la tuya”. Y se le apareció un ángel del cielo que lo confortaba. En medio
de su agonía, oraba con más insistencia y sudaba gotas de sangre que caían
hasta el suelo.
“La Iglesia del primer milenio nació
de la sangre de los mártires, siembra que garantizó su desarrollo. Al término
del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto a ser Iglesia de mártires. Las
persecuciones de creyentes -sacerdotes, religiosos y laicos- han supuesto una
gran siembra de mártires en varias partes del mundo. Y se ha convertido en
patrimonio de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes. En nuestro siglo
han vuelto los mártires, con frecuencia desconocidos, mucho más numerosos que
en los primeros siglos y que en el primer milenio” (TMA,
37).
“Pasa ante nuestra mirada la
intensidad de la escena de la agonía en el huerto de los Olivos. Jesús,
abrumado por la previsión de la prueba que le espera, solo ante Dios, lo invoca
con su habitual y tierna expresión de confianza: «¡Abbá, Padre!»” (NMI, 25)
“En la contemplación del rostro de Cristo, Dios nos ha bendecido
verdaderamente y ha hecho «brillar su rostro sobre nosotros» (Sal 67[66],3). Al
mismo tiempo, Dios y hombre como es, Cristo nos revela también el auténtico
rostro del hombre, «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre» (GS,22)
(...) sólo porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre
puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios” (NMI, 23).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.
2ª estación Jesús, traicionado por Judas, es arrestado.
L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Todavía estaba hablando
cuando aparece gente y los guiaba el llamado Judas, uno de los Doce. Y se
acercó a besar a Jesús. Jesús le dijo:
“Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?” Jesús dijo a los sumos
sacerdotes y a los oficiales del templo y a los ancianos que habían venido
contra él: “¿Habéis salido con espadas y
con palos como a cazar a un bandido? A diario he estado en el templo con
vosotros y no me echasteis mano. Pero ésta es vuestra hora: la del poder de las
tinieblas”. Ellos lo prendieron y se lo llevaron a casa del sumo sacerdote.
“Es justo que (…) la Iglesia asuma con una conciencia más viva el pecado de sus hijos recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del espíritu de Cristo y del Evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de modos de pensar y de actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y de escándalo” (TMA, 33).
“Para que nosotros pudiéramos
contemplar con mirada más pura el misterio, no sólo cada uno individualmente se
ha examinado sobre su propia vida para implorar misericordia, sino también toda
la Iglesia que ha querido recordar las infidelidades con las cuales tantos
hijos suyos, a lo largo de la historia, han ensombrecido su rostro de Esposa de
Cristo” (NMI, 6).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.
3ª estación Jesús es condenado por el Sanedrín
L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Los que detuvieron a
Jesús le llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, en donde se habían
reunido los letrados y los senadores. Pedro lo seguía de lejos y, entrando en
el palacio del sumo sacerdote, se sentó con los criados para ver en qué paraba
aquello. El consejo en pleno buscaba un falso testimonio contra Jesús. Jesús,
sin embrago, callaba. Y el sumo sacerdote le dijo: “Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el hijo
de Dios”. Jesús le respondió: “Tú lo
has dicho. Más aún, Yo te digo: desde ahora veréis que el Hijo del Hombre está
sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo”.
Entonces el sumo sacerdote se rasgó las vestiduras y dijo: “Acabáis de oír la blasfemia ¿Qué decís?”. Ellos contestaron: “Es reo de muerte”.
“Otro capítulo doloroso sobre el que los hijos de la Iglesia deben volver con ánimo abierto al arrepentimiento está constituido por la aquiescencia manifestada, especialmente en algunos siglos, con métodos de intolerancia e incluso de violencia en el servicio de la verdad. Muchos pudieron creer de buena fe que un auténtico testimonio de la verdad comportaba la extinción de otras opiniones o al menos su marginación. Muchos motivos convergen con frecuencia en la creación de premisas de intolerancia, alimentando una atmósfera pasional. La Iglesia lamenta profundamente las debilidades de tantos hijos suyos que han desfigurado su rostro, impidiéndole reflejar plenamente la imagen de su Señor crucificado, testigo insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre” (TMA, 35).
“La conciencia humana de su misterio
progresa también hasta la plena expresión de su humanidad glorificada (...) En
el marco de Getsemaní y del Gólgota, la conciencia humana de Jesús se verá
sometida a la prueba más dura. Pero ni siquiera el drama de la pasión y muerte
conseguirá afectar su serena seguridad de ser el Hijo del Padre celestial” (NMI, 24).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.
4ª estación Jesús es negado por Pedro
L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
“Pedro estaba sentado
fuera, en el patio, y se le acercó una criada, y le dijo: “También tú andabas con Jesús el Galileo”. Él lo negó delante de
todos. Y al salir al portal lo vio otra vez y dijo a los que estaban allí: “Éste andaba con Jesús el Nazareno”.
Otra vez lo negó con juramento: “No
conozco a ese hombre”. Enseguida se le acercaron ellos y le dijeron: “Seguro, tú también eres de ellos; se te
nota en el acento”. Entonces Pedro se puso a echar maldiciones y a jurar,
diciendo: “No conozco a ese hombre”.
Y enseguida cantó el gallo.
“De hecho no se puede negar que la vida espiritual atraviesa en muchos cristianos un momento de incertidumbre que afecta, no sólo a la vida moral sino incluso a la oración y a la misma rectitud teológica de la fe. ¿Cómo no sentir dolor por la falta de discernimiento, que a veces llega a ser aprobación, de no pocos cristianos frente a la violación de fundamentales derechos humanos por parte de regímenes totalitarios? ¿Y no es acaso de lamentar, entre las sombras del presente, la corresponsabilidad de tantos cristianos en graves formas de injusticia y de marginación social?” (TMA, 36).
“Si verdaderamente hemos partido de
la contemplación del rostro de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo
en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse (...)
nadie puede ser excluido de nuestro amor para toda clase de necesidades
espirituales y materiales...
Para la eficacia del testimonio cristiano es importante hacer un gran
esfuerzo para explicar adecuadamente los motivos pues no se trata de imponer a
los no creyentes una perspectiva de fe, sino de interpretar y defender los
valores radicados en la naturaleza misma del ser humano. Obviamente todo esto
tiene que realizarse con un estilo específicamente cristiano: deben ser sobre
todo los laicos sin ceder nunca a la tentación de reducir las comunidades
cristianas a agencias sociales” (NMI, 49-52).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.
5ª estación Jesús es juzgado por Pilato
L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
El Senado se levantó y
llevaron a Jesús a presencia de Pilato. Y se pusieron a acusarlo diciendo: “Hemos comprobado que éste anda amotinando
a nuestra nación y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo
que él es el Mesías Rey”.
“La humanidad, alcanzando el año 2000, se echará a la espalda no sólo un siglo, sino un milenio. Es bueno que la Iglesia dé este paso con la clara conciencia de lo que ha vivido en el curso de los últimos diez siglos. No puede atravesar el umbral del nuevo milenio sin animar a sus hijos a purificarse, en el arrepentimiento, de errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes. Reconocer los fracasos de ayer es un acto de lealtad y de valentía que nos ayuda a reforzar nuestra fe” (TMA, 35).
“Para este examen de conciencia nos
habíamos preparado mucho antes, conscientes de que la Iglesia, acogiendo en su
seno a los pecadores «es santa y a la vez tiene necesidad de purificación»
(LG,8) (...) Fijando la mirada en Cristo Crucificado, me he hecho portavoz de
la Iglesia pidiendo perdón por el pecado de tantos hijos suyos. Esta
purificación de la memoria «ha reforzado nuestros pasos en el camino hacia el
futuro, haciéndonos a la vez más humildes y atentos en nuestra adhesión al
evangelio»” (NMI, 6).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.
6ª estación Jesús es flagelado y coronado de espinas
L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Entonces Pilato tomó a
Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la
pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura. Y
acercándose a él, le decían: “¡Salve,
rey de los judíos!”. Y le daban bofetadas.
“Entre los pecados que exigen un mayor compromiso de penitencia y de conversión han de citarse ciertamente aquellos que han dañado la unidad querida por Dios para su Pueblo. A lo largo de los mil años que se están concluyendo, aún más que en el primer milenio, la comunión eclesial, a veces no sin culpa de los hombres de ambas partes, ha conocido dolorosas laceraciones que contradicen abiertamente la voluntad de Cristo y son un escándalo para el mundo. Es necesario hacer enmienda, invocando con fuerza el perdón de Cristo” (TMA, 34).
“La triste herencia del pasado nos
afecta todavía al cruzar el umbral del nuevo milenio. La Iglesia como Cuerpo
suyo, en la unidad obtenida por los dones del Espíritu, es indivisible. La
realidad de la división se produce en el ámbito de la historia, en las
relaciones entre los hijos de la Iglesia, como consecuencia de la fragilidad
humana. La oración de Jesús en el cenáculo -«como tú, Padre, en mí y yo en ti, que
ellos también sean uno en nosotros» (Jn 17,21)- (...) es un imperativo que nos
obliga, fuerza que nos sostiene y saludable reproche por nuestra desidia y
estrechez de corazón” (NMI, 48).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.
7ª estación Jesús es cargado con la cruz
L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
“Entonces Pilatos se lo
entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús y Él, cargado con la cruz,
salió al sitio llamado de la Calavera (que en hebreo se dice Gólgota).
“Somos todos conscientes que el logro de la unidad de los cristianos no puede ser sólo fruto de esfuerzos humanos, aun siendo éstos indispensables. La unidad es, en definitiva, un don del Espíritu Santo. A nosotros se nos pide secundar este don sin caer en ligerezas ni reticencias al testimoniar la verdad. El final del segundo milenio anima a todos a un examen de conciencia y a oportunas iniciativas ecuménicas, de modo que nos podamos presentar, si no del todo unidos, al menos mucho más próximos a superar las divisiones del segundo milenio. Es necesario al respecto -cada uno lo ve- un enorme esfuerzo, sobre todo en la oración ecuménica” (TMA, 34).
“La contemplación del rostro de
Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura y nos
abrimos a la acción del Espíritu (cf Jn 15,26) que es el origen de aquellos
escritos. Lo que nos ha llegado es una visión de fe, basada en un testimonio
histórico preciso bajo la acción iluminada del Espíritu Santo”.
“La narración de los evangelios
coincide en mostrar la creciente tensión que hay entre Jesús y los grupos
dominantes de la sociedad religiosa de su tiempo, hasta la crisis final, que
tiene su epílogo dramático en el Gólgota. Es la hora de las tinieblas, a la que
seguirá una nueva, radiante y definitiva aurora” (NMI,
17-18).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.
8ª estación Jesús es ayudado por el cireneo a llevar la cruz
L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Mientras lo conducían,
echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo y le cargaron
la cruz para que la llevara detrás de Jesús.
Los cristianos se ponen con nuevo
asombro de fe frente al amor del Padre, que ha entregado a su Hijo «para que todo el que crea en Él no perezca,
sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16) (TMA, 32).
A Jesús no se llega verdaderamente
más que por la fe. El pueblo llega a entrever la dimensión religiosa realmente
excepcional de este rabbí pero no consigue encuadrarlo entre los hombres de Dios que marcaron la
historia de Israel. Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de
todos los tiempos, llega realmente a la profundidad del misterio: «Tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16)” (NMI, 19).
“Contemplado en su misterio divino y
humano, Cristo es el fundamento y el centro de la historia, de la cual es el
sentido y la meta última” (NMI,
5).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.
9ª estación Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Seguía a Jesús un gran
gentío del pueblo y de mujeres, que se daban golpes y lanzaban lamentos por él.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: “Hijas
de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad por vosotras y por vuestros hijos
porque, mirad que llegará el día en que dirán: «Dichosas las estériles y los
vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado». Entonces empezarán
a decir a los montes: «desplomaos sobre nosotros». Y a las colinas:
«sepultadnos». Porque si así tratan al leño verde, ¿qué será con el seco?”
“Un serio examen de conciencia ha
sido auspiciado por numerosos Cardenales y Obispos sobre toda para la Iglesia
del presente. A las puertas del nuevo milenio los cristianos deben ponerse
humildemente ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilidades que
ellos tienen también en relación a los males de nuestro tiempo. ¿Cómo callar,
por ejemplo, ante la indiferencia religiosa que lleva a muchos hombres de hoy a
vivir como si Dios no existiera, o a conformarse con una religión vaga, incapaz
de enfrentarse con el problema de la verdad y con el deber de la coherencia?
¿En qué medida también ellos están afectados por la atmósfera de secularismo y
relativismo ético? ¿Y qué parte de responsabilidad deben reconocer también
ellos, frente a la desbordante irreligiosidad, por no haber manifestado el
genuino rostro de Dios, a causa de los defectos de su vida religiosa, moral y
social?” (TMA, 36).
“La contemplación del rostro de
Cristo nos lleva a acercarnos al aspecto más paradójico de su misterio, como se
ve en la hora extrema, la hora de la Cruz. Misterio en el misterio, ante el
cual el ser humano ha de postrarse en adoración” (NMI, 25).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.
10ª estación Jesús es crucificado
L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Y llevaron a Jesús al
Gólgota y le ofrecieron vino con mirra, pero Él no lo aceptó. Lo crucificaron y
se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada
uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación
estaba escrito: “El rey de los judíos”.
“Es necesario suscitar en cada uno
un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación
personal en un clima de oración siempre más intensa y de solidaria acogida del
prójimo, especialmente del más necesitado.
Será, por tanto, adecuado el
redescubrimiento de la catequesis... sobre la persona de Jesucristo y su
misterio de salvación. Para ser realistas, no se podrá descuidar la recta
formación de las conciencias de los fieles sobre las confusiones relativas a la
persona de Cristo, poniendo en su justo lugar los desacuerdos contra Él y
contra la Iglesia” (TMA, 42).
“Si hoy, con el racionalismo que
reina en gran parte de la cultura contemporánea, es sobre todo la fe en la
divinidad de Cristo lo que constituye un problema, en otros contextos
históricos y culturales hubo más bien la tendencia a rebajar o desconocer el
aspecto histórico concreto de la humanidad de Jesús (...) Realmente la Palabra
«se hizo carne» y asumió todas las características del ser humano, excepto el
pecado (cf Heb 4,15). En esta perspectiva, la Encarnación es verdaderamente una
kenosis, un «despojarse», por parte
del Hijo de Dios, de la gloria que tiene desde la eternidad (cf Flp 2,6-8; 1Pe
3,18)” (NMI, 22).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.
11ª estación Jesús promete su reino al buen ladrón
L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Uno de los malhechores
le insultaba diciendo: “¿No eres Tú el
Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro le increpaba
diciendo: “¿Ni siquiera temes tú a Dios,
estando en el mismo suplicio? Lo nuestro es justo porque recibimos el pago de
lo que hicimos. En cambio, éste, no ha faltado en nada”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mi cuando llegues a tu
reino”. Jesús le respondió: “Te lo
aseguro: hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”.
“En esta dimensión escatológica, los
creyentes serán llamados a redescubrir la virtud teologal de la esperanza (…) por una parte, mueve al cristiano a no perder
de vista la meta final que da sentido y valor a la entera existencia y, de otra
parte, le ofrece motivaciones sólidas y profundas para el esfuerzo cotidiano en
la transformación de la realidad para hacerla conforme al proyecto de Dios.
Los cristianos están llamados a prepararse
al inicio del tercer milenio renovando su esperanza en la venida definitiva del
Reino de Dios, preparándolo día a día en su corazón, en la comunidad cristiana
a la que pertenece, en el contexto social donde vive y también en la historia
del mundo” (TMA, 46).
“La verdad de la resurrección de
Cristo es el dato originario sobre el que se apoya la fe cristiana (cf 1Cor
15,14), acontecimiento que es el centro del misterio del tiempo y que prefigura
el último día, cuando Cristo vuelva glorioso (...) y precisamente celebrando su
Pascua cada domingo, la Iglesia seguirá indicando a cada generación «lo que
constituye el eje central de la historia, con el cual se relacionan el misterio
del principio y del destino final del mundo»” (NMI, 35).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.
12ª estación Jesús en la cruz, su madre y el discípulo
L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
“María se propone a todos los
cristianos como modelo de fe vivida. «La
Iglesia, meditando sobre Ella con amor y contemplándola a la luz del Verbo
hecho hombre, llena de veneración, penetra más íntimamente en el misterio
supremo de la Encarnación y se identifica cada vez más con su Esposo» (LG,
65) (...) María, que concibió al Verbo encarnado por obra del Espíritu Santo y
se dejó guiar después en toda su existencia por su acción interior, será
contemplada e imitada como la mujer dócil a la voz del Espíritu (...) Su
maternidad, iniciada en Nazaret y vivida en plenitud en Jerusalén junto a la
cruz, se sentirá como afectuosa e insistente invitación a todos los hijos de
Dios, para que vuelvan a la casa del Padre escuchando su voz materna: Haced lo
que Cristo os diga (cf Jn 2,5)” (TMA, 43, 48 y 54).
“«Mujer, he aquí tus hijos», le
repito, evocando la voz de Jesús (cf Jn 19,26), y haciéndome voz, ante ella,
del cariño filial de toda la Iglesia” (NMI, 58).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.
13ª estación Jesús muere en la cruz
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Al mediodía toda la
región quedó sumida en tinieblas hasta las tres. Y a las tres, gritó Jesús con
fuerte voz: “Eloí, Eloí, lemá
sabaktaní”. Que quiere decir: “Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Algunos de los presentes
decían al oírle: “Mira, llama a Elías”.
Uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola con una caña,
le ofrecía de beber, diciendo: “Dejadle,
veamos si viene Elías a descolgarle”. Pero Jesús, lanzando un fuerte grito,
expiró.
“El grito de Jesús en la cruz, no
delata la angustia de un desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su
vida al Padre en el amor para la salvación de todos. Precisamente por el
conocimiento y la experiencia que sólo él tiene de Dios, incluso en este
momento de oscuridad ve límpidamente la gravedad del pecado y sufre por esto.
Sólo él, que ve al Padre y lo goza plenamente, valora profundamente qué
significa resistir con el pecado a su amor” (NMI, 26).
“Toda la vida cristiana es como una
gran peregrinación hacia la casa del Padre, del cual se descubre cada día su
amor incondicionado por toda criatura humana, y en particular por el hijo
pródigo (cf Lc 15,11-32). El sentido del “camino hacia la casa del Padre”
deberá llevar a todos a emprender, en adhesión a Cristo Redentor del hombre, un
camino de auténtica conversión, que comprende tanto un aspecto negativo de
liberación del pecado, como un aspecto positivo de elección del bien,
manifestado por los valores éticos contenidos en la ley natural, confirmada y
profundizada por el Evangelio (...) Es éste el contexto adecuado para el
redescubrimiento y la intensa celebración del sacramento de la Penitencia en su
significado más profundo” (TMA, 49 y 50).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.
14ª estación Jesús es colocado en el sepulcro
L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Al anochecer, como era
el día de la preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, noble
magistrado, que también aguardaba el reino de Dios. Se presentó decidido ante
Pilato, y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extrañó de que hubiera muerto
ya. Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Éste, compró una
sábana y, descolgando a Jesús, lo envolvió en ella y lo puso en su sepulcro,
por estrenar, excavado en una roca. Y rodó una piedra en la entrada. María
Magdalena y María, la madre de José, observaban dónde lo ponían.
“Como en el Viernes y en el Sábado
Santo, la Iglesia permanece en la contemplación de este rostro ensangrentado,
en el cual se esconde la vida de Dios y se ofrece la salvación del mundo. Pero
esta contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de
crucificado. ¡Él es el Resucitado! La
resurrección fue la respuesta del Padre a la obediencia de Cristo. La Iglesia
mira ahora a Cristo resucitado. Después de dos mil años de estos
acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. La Iglesia,
animada por esta experiencia, retoma hoy su camino para anunciar a Cristo al
mundo, al inicio del tercer milenio: Él «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Heb
13,8)” (NMI, 28).
“Recordando que Cristo vino a «evangelizar a los pobres» (Mt 11,5; Lc
7,22), ¿cómo no subrayar más decididamente la opción fundamental de la Iglesia
por los pobres y los marginados? Se debe decir ante todo que el compromiso por
la justicia y por la paz en un mundo como el nuestro”, es un aspecto
sobresaliente en los cristianos que deben hacerse voz de todos los pobres del
mundo. Además se ofrece “la oportunidad de meditar sobre otros desafíos del
momento como, por ejemplo, la dificultad de diálogo entre culturas diversas y
los problemas relacionados con el respeto de los derechos de la mujer y con la
promoción de la familia y del matrimonio” (TMA, 51).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.
Conclusión:
“Que Jesús resucitado, el cual nos
acompaña en nuestro camino, dejándose reconocer como a los discípulos de Emaús
«al partir el pan» (Lc 24,30), nos encuentre vigilantes y preparados para
reconocer su rostro y correr hacia nuestros hermanos, para llevarles el gran
anuncio: «¡Hemos visto al Señor!» (Jn 20,25)“ (NMI, 59).
“«Gloria a ti, Cristo Jesús, hoy y
siempre tú reinarás». Con este canto, tantas veces repetido, hemos contemplado
a Cristo como nos lo presenta el Apocalipsis: «El Alfa y la Omega, el Primero y
el Último, el Principio y el Fin» (Ap 22,13). Y contemplando a Cristo hemos
adorado juntos al Padre y al Espíritu, la única e indivisible Trinidad,
misterio inefable en el cual todo tiene su origen y su realización” (NMI, 5).
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