sábado, 18 de febrero de 2012

Via crucis (A)


VIA CRUCIS

Con textos de Juan Pablo II en las cartas ap. Tertio millennio adveniente (TMA) de 1994 y Novo millennio ineunte (NMI) de 2001.

            Juan Pablo II utilizó la ordenación de las catorce estaciones el Viernes Santo de 1991 con la versión más evangélica de los dominicos en vez de la de matriz franciscana que considera algunas estaciones de la Tradición pero que no aparecen en los relatos bíblicos.


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Consideración introductoria

            «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21). Esta petición hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado espiritualmente en nuestros oídos. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». Nuestro testimonio sería enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro.
La mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor (cf NMI,16): “contemplado en sus coordenadas históricas y en su misterio, acogido en su múltiple presencia en la Iglesia y en el mundo, confesado como sentido de la historia y luz de nuestro camino” (NMI, 15).
“Las narraciones evangélicas terminan mostrando al Nazareno victorioso sobre la muerte, señalan la tumba vacía y lo siguen, perplejos y atónitos antes, llenos de indecible gozo después, lo experimentan vivo y radiante, y de él reciben el don del Espíritu Santo (cf Jn 20,22) y el mandato de anunciar el evangelio a «todas las gentes» (Mt 28,19)” (NMI,18).

1ª estación    Jesús en el huerto de Getsemaní

L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Y Jesús salió, como de costumbre, al monte de los olivos, y lo siguieron sus discípulos. Al llegar al sitio, les dijo: “Orad para no caer en la tentación”. Él se separó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Y se le apareció un ángel del cielo que lo confortaba. En medio de su agonía, oraba con más insistencia y sudaba gotas de sangre que caían hasta el suelo.

“La Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los mártires, siembra que garantizó su desarrollo. Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto a ser Iglesia de mártires. Las persecuciones de creyentes -sacerdotes, religiosos y laicos- han supuesto una gran siembra de mártires en varias partes del mundo. Y se ha convertido en patrimonio de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes. En nuestro siglo han vuelto los mártires, con frecuencia desconocidos, mucho más numerosos que en los primeros siglos y que en el primer milenio” (TMA, 37).
              “Pasa ante nuestra mirada la intensidad de la escena de la agonía en el huerto de los Olivos. Jesús, abrumado por la previsión de la prueba que le espera, solo ante Dios, lo invoca con su habitual y tierna expresión de confianza: «¡Abbá, Padre!»” (NMI, 25)
“En la contemplación del rostro de Cristo, Dios nos ha bendecido verdaderamente y ha hecho «brillar su rostro sobre nosotros» (Sal 67[66],3). Al mismo tiempo, Dios y hombre como es, Cristo nos revela también el auténtico rostro del hombre, «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre» (GS,22) (...) sólo porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios” (NMI, 23).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

2ª estación  Jesús, traicionado por Judas, es arrestado.

L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Todavía estaba hablando cuando aparece gente y los guiaba el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús. Jesús le dijo: “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?” Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo y a los ancianos que habían venido contra él: “¿Habéis salido con espadas y con palos como a cazar a un bandido? A diario he estado en el templo con vosotros y no me echasteis mano. Pero ésta es vuestra hora: la del poder de las tinieblas”. Ellos lo prendieron y se lo llevaron a casa del sumo sacerdote.
            
“Es justo que (…) la Iglesia asuma con una conciencia más viva el pecado de sus hijos recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del espíritu de Cristo y del Evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de modos de pensar y de actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y de escándalo” (TMA, 33).
            “Para que nosotros pudiéramos contemplar con mirada más pura el misterio, no sólo cada uno individualmente se ha examinado sobre su propia vida para implorar misericordia, sino también toda la Iglesia que ha querido recordar las infidelidades con las cuales tantos hijos suyos, a lo largo de la historia, han ensombrecido su rostro de Esposa de Cristo” (NMI, 6).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

3ª estación   Jesús es condenado por el Sanedrín

L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Los que detuvieron a Jesús le llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, en donde se habían reunido los letrados y los senadores. Pedro lo seguía de lejos y, entrando en el palacio del sumo sacerdote, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello. El consejo en pleno buscaba un falso testimonio contra Jesús. Jesús, sin embrago, callaba. Y el sumo sacerdote le dijo: “Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el hijo de Dios”. Jesús le respondió: “Tú lo has dicho. Más aún, Yo te digo: desde ahora veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo”. Entonces el sumo sacerdote se rasgó las vestiduras y dijo: “Acabáis de oír la blasfemia ¿Qué decís?”. Ellos contestaron: “Es reo de muerte”.
        
    “Otro capítulo doloroso sobre el que los hijos de la Iglesia deben volver con ánimo abierto al arrepentimiento está constituido por la aquiescencia manifestada, especialmente en algunos siglos, con métodos de intolerancia e incluso de violencia en el servicio de la verdad. Muchos pudieron creer de buena fe que un auténtico testimonio de la verdad comportaba la extinción de otras opiniones o al menos su marginación. Muchos motivos convergen con frecuencia en la creación de premisas de intolerancia, alimentando una atmósfera pasional. La Iglesia lamenta profundamente las debilidades de tantos hijos suyos que han desfigurado su rostro, impidiéndole reflejar plenamente la imagen de su Señor crucificado, testigo insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre” (TMA, 35).
            “La conciencia humana de su misterio progresa también hasta la plena expresión de su humanidad glorificada (...) En el marco de Getsemaní y del Gólgota, la conciencia humana de Jesús se verá sometida a la prueba más dura. Pero ni siquiera el drama de la pasión y muerte conseguirá afectar su serena seguridad de ser el Hijo del Padre celestial” (NMI, 24).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

4ª estación   Jesús es negado por Pedro

L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.

“Pedro estaba sentado fuera, en el patio, y se le acercó una criada, y le dijo: “También tú andabas con Jesús el Galileo”. Él lo negó delante de todos. Y al salir al portal lo vio otra vez y dijo a los que estaban allí: “Éste andaba con Jesús el Nazareno”. Otra vez lo negó con juramento: “No conozco a ese hombre”. Enseguida se le acercaron ellos y le dijeron: “Seguro, tú también eres de ellos; se te nota en el acento”. Entonces Pedro se puso a echar maldiciones y a jurar, diciendo: “No conozco a ese hombre”. Y enseguida cantó el gallo.
          
  “De hecho no se puede negar que la vida espiritual atraviesa en muchos cristianos un momento de incertidumbre que afecta, no sólo a la vida moral sino incluso a la oración y a la misma rectitud teológica de la fe. ¿Cómo no sentir dolor por la falta de discernimiento, que a veces llega a ser aprobación, de no pocos cristianos frente a la violación de fundamentales derechos humanos por parte de regímenes totalitarios? ¿Y no es acaso de lamentar, entre las sombras del presente, la corresponsabilidad de tantos cristianos en graves formas de injusticia y de marginación social?” (TMA, 36).
            “Si verdaderamente hemos partido de la contemplación del rostro de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse (...) nadie puede ser excluido de nuestro amor para toda clase de necesidades espirituales y materiales...
Para la eficacia del testimonio cristiano es importante hacer un gran esfuerzo para explicar adecuadamente los motivos pues no se trata de imponer a los no creyentes una perspectiva de fe, sino de interpretar y defender los valores radicados en la naturaleza misma del ser humano. Obviamente todo esto tiene que realizarse con un estilo específicamente cristiano: deben ser sobre todo los laicos sin ceder nunca a la tentación de reducir las comunidades cristianas a agencias sociales” (NMI, 49-52).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

5ª estación   Jesús es juzgado por Pilato

L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.

El Senado se levantó y llevaron a Jesús a presencia de Pilato. Y se pusieron a acusarlo diciendo: “Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías Rey”.
       
     “La humanidad, alcanzando el año 2000, se echará a la espalda no sólo un siglo, sino un milenio. Es bueno que la Iglesia dé este paso con la clara conciencia de lo que ha vivido en el curso de los últimos diez siglos. No puede atravesar el umbral del nuevo milenio sin animar a sus hijos a purificarse, en el arrepentimiento, de errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes. Reconocer los fracasos de ayer es un acto de lealtad y de valentía que nos ayuda a reforzar nuestra fe” (TMA, 35).
            “Para este examen de conciencia nos habíamos preparado mucho antes, conscientes de que la Iglesia, acogiendo en su seno a los pecadores «es santa y a la vez tiene necesidad de purificación» (LG,8) (...) Fijando la mirada en Cristo Crucificado, me he hecho portavoz de la Iglesia pidiendo perdón por el pecado de tantos hijos suyos. Esta purificación de la memoria «ha reforzado nuestros pasos en el camino hacia el futuro, haciéndonos a la vez más humildes y atentos en nuestra adhesión al evangelio»” (NMI, 6).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

6ª estación   Jesús es flagelado y coronado de espinas

L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura. Y acercándose a él, le decían: “¡Salve, rey de los judíos!”. Y le daban bofetadas.
      
      “Entre los pecados que exigen un mayor compromiso de penitencia y de conversión han de citarse ciertamente aquellos que han dañado la unidad querida por Dios para su Pueblo. A lo largo de los mil años que se están concluyendo, aún más que en el primer milenio, la comunión eclesial, a veces no sin culpa de los hombres de ambas partes, ha conocido dolorosas laceraciones que contradicen abiertamente la voluntad de Cristo y son un escándalo para el mundo. Es necesario hacer enmienda, invocando con fuerza el perdón de Cristo” (TMA, 34).
            “La triste herencia del pasado nos afecta todavía al cruzar el umbral del nuevo milenio. La Iglesia como Cuerpo suyo, en la unidad obtenida por los dones del Espíritu, es indivisible. La realidad de la división se produce en el ámbito de la historia, en las relaciones entre los hijos de la Iglesia, como consecuencia de la fragilidad humana. La oración de Jesús en el cenáculo -«como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros» (Jn 17,21)- (...) es un imperativo que nos obliga, fuerza que nos sostiene y saludable reproche por nuestra desidia y estrechez de corazón” (NMI, 48).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

7ª estación   Jesús es cargado con la cruz

L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.

“Entonces Pilatos se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús y Él, cargado con la cruz, salió al sitio llamado de la Calavera (que en hebreo se dice Gólgota).
           
 “Somos todos conscientes que el logro de la unidad de los cristianos no puede ser sólo fruto de esfuerzos humanos, aun siendo éstos indispensables. La unidad es, en definitiva, un don del Espíritu Santo. A nosotros se nos pide secundar este don sin caer en ligerezas ni reticencias al testimoniar la verdad. El final del segundo milenio anima a todos a un examen de conciencia y a oportunas iniciativas ecuménicas, de modo que nos podamos presentar, si no del todo unidos, al menos mucho más próximos a superar las divisiones del segundo milenio. Es necesario al respecto -cada uno lo ve- un enorme esfuerzo, sobre todo en la oración ecuménica” (TMA, 34).
            “La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura y nos abrimos a la acción del Espíritu (cf Jn 15,26) que es el origen de aquellos escritos. Lo que nos ha llegado es una visión de fe, basada en un testimonio histórico preciso bajo la acción iluminada del Espíritu Santo”.
            “La narración de los evangelios coincide en mostrar la creciente tensión que hay entre Jesús y los grupos dominantes de la sociedad religiosa de su tiempo, hasta la crisis final, que tiene su epílogo dramático en el Gólgota. Es la hora de las tinieblas, a la que seguirá una nueva, radiante y definitiva aurora” (NMI, 17-18).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

8ª estación   Jesús es ayudado por el cireneo a llevar la cruz

L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús.

            Los cristianos se ponen con nuevo asombro de fe frente al amor del Padre, que ha entregado a su Hijo «para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16) (TMA, 32).
            A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe. El pueblo llega a entrever la dimensión religiosa realmente excepcional de este rabbí pero no consigue encuadrarlo entre los hombres de Dios que marcaron la historia de Israel. Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega realmente a la profundidad del misterio: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16)” (NMI, 19).
            “Contemplado en su misterio divino y humano, Cristo es el fundamento y el centro de la historia, de la cual es el sentido y la meta última” (NMI, 5).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

9ª estación   Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén

L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Seguía a Jesús un gran gentío del pueblo y de mujeres, que se daban golpes y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad por vosotras y por vuestros hijos porque, mirad que llegará el día en que dirán: «Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado». Entonces empezarán a decir a los montes: «desplomaos sobre nosotros». Y a las colinas: «sepultadnos». Porque si así tratan al leño verde, ¿qué será con el seco?”

            “Un serio examen de conciencia ha sido auspiciado por numerosos Cardenales y Obispos sobre toda para la Iglesia del presente. A las puertas del nuevo milenio los cristianos deben ponerse humildemente ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilidades que ellos tienen también en relación a los males de nuestro tiempo. ¿Cómo callar, por ejemplo, ante la indiferencia religiosa que lleva a muchos hombres de hoy a vivir como si Dios no existiera, o a conformarse con una religión vaga, incapaz de enfrentarse con el problema de la verdad y con el deber de la coherencia? ¿En qué medida también ellos están afectados por la atmósfera de secularismo y relativismo ético? ¿Y qué parte de responsabilidad deben reconocer también ellos, frente a la desbordante irreligiosidad, por no haber manifestado el genuino rostro de Dios, a causa de los defectos de su vida religiosa, moral y social?” (TMA, 36).
            “La contemplación del rostro de Cristo nos lleva a acercarnos al aspecto más paradójico de su misterio, como se ve en la hora extrema, la hora de la Cruz. Misterio en el misterio, ante el cual el ser humano ha de postrarse en adoración” (NMI, 25).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

10ª estación   Jesús es crucificado

L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Y llevaron a Jesús al Gólgota y le ofrecieron vino con mirra, pero Él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: “El rey de los judíos”.

            “Es necesario suscitar en cada uno un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal en un clima de oración siempre más intensa y de solidaria acogida del prójimo, especialmente del más necesitado.
            Será, por tanto, adecuado el redescubrimiento de la catequesis... sobre la persona de Jesucristo y su misterio de salvación. Para ser realistas, no se podrá descuidar la recta formación de las conciencias de los fieles sobre las confusiones relativas a la persona de Cristo, poniendo en su justo lugar los desacuerdos contra Él y contra la Iglesia” (TMA, 42).
            “Si hoy, con el racionalismo que reina en gran parte de la cultura contemporánea, es sobre todo la fe en la divinidad de Cristo lo que constituye un problema, en otros contextos históricos y culturales hubo más bien la tendencia a rebajar o desconocer el aspecto histórico concreto de la humanidad de Jesús (...) Realmente la Palabra «se hizo carne» y asumió todas las características del ser humano, excepto el pecado (cf Heb 4,15). En esta perspectiva, la Encarnación es verdaderamente una kenosis, un «despojarse», por parte del Hijo de Dios, de la gloria que tiene desde la eternidad (cf Flp 2,6-8; 1Pe 3,18)” (NMI, 22).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

11ª estación   Jesús promete su reino al buen ladrón

L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Uno de los malhechores le insultaba diciendo: “¿No eres Tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro le increpaba diciendo: “¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Lo nuestro es justo porque recibimos el pago de lo que hicimos. En cambio, éste, no ha faltado en nada”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mi cuando llegues a tu reino”. Jesús le respondió: “Te lo aseguro: hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”.

            “En esta dimensión escatológica, los creyentes serán llamados a redescubrir la virtud teologal de la esperanza (…)  por una parte, mueve al cristiano a no perder de vista la meta final que da sentido y valor a la entera existencia y, de otra parte, le ofrece motivaciones sólidas y profundas para el esfuerzo cotidiano en la transformación de la realidad para hacerla conforme al proyecto de Dios.
            Los cristianos están llamados a prepararse al inicio del tercer milenio renovando su esperanza en la venida definitiva del Reino de Dios, preparándolo día a día en su corazón, en la comunidad cristiana a la que pertenece, en el contexto social donde vive y también en la historia del mundo” (TMA, 46).
            “La verdad de la resurrección de Cristo es el dato originario sobre el que se apoya la fe cristiana (cf 1Cor 15,14), acontecimiento que es el centro del misterio del tiempo y que prefigura el último día, cuando Cristo vuelva glorioso (...) y precisamente celebrando su Pascua cada domingo, la Iglesia seguirá indicando a cada generación «lo que constituye el eje central de la historia, con el cual se relacionan el misterio del principio y del destino final del mundo»” (NMI, 35).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

12ª estación   Jesús en la cruz, su madre y el discípulo

L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.

            “María se propone a todos los cristianos como modelo de fe vivida. «La Iglesia, meditando sobre Ella con amor y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración, penetra más íntimamente en el misterio supremo de la Encarnación y se identifica cada vez más con su Esposo» (LG, 65) (...) María, que concibió al Verbo encarnado por obra del Espíritu Santo y se dejó guiar después en toda su existencia por su acción interior, será contemplada e imitada como la mujer dócil a la voz del Espíritu (...) Su maternidad, iniciada en Nazaret y vivida en plenitud en Jerusalén junto a la cruz, se sentirá como afectuosa e insistente invitación a todos los hijos de Dios, para que vuelvan a la casa del Padre escuchando su voz materna: Haced lo que Cristo os diga (cf Jn 2,5)” (TMA, 43, 48 y 54).
            “«Mujer, he aquí tus hijos», le repito, evocando la voz de Jesús (cf Jn 19,26), y haciéndome voz, ante ella, del cariño filial de toda la Iglesia” (NMI, 58).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

13ª estación   Jesús muere en la cruz

L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.

 Al mediodía toda la región quedó sumida en tinieblas hasta las tres. Y a las tres, gritó Jesús con fuerte voz: “Eloí, Eloí, lemá sabaktaní”. Que quiere decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Algunos de los presentes decían al oírle: “Mira, llama a Elías”. Uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola con una caña, le ofrecía de beber, diciendo: “Dejadle, veamos si viene Elías a descolgarle”. Pero Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró.

            “El grito de Jesús en la cruz, no delata la angustia de un desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su vida al Padre en el amor para la salvación de todos. Precisamente por el conocimiento y la experiencia que sólo él tiene de Dios, incluso en este momento de oscuridad ve límpidamente la gravedad del pecado y sufre por esto. Sólo él, que ve al Padre y lo goza plenamente, valora profundamente qué significa resistir con el pecado a su amor” (NMI, 26).
            “Toda la vida cristiana es como una gran peregrinación hacia la casa del Padre, del cual se descubre cada día su amor incondicionado por toda criatura humana, y en particular por el hijo pródigo (cf Lc 15,11-32). El sentido del “camino hacia la casa del Padre” deberá llevar a todos a emprender, en adhesión a Cristo Redentor del hombre, un camino de auténtica conversión, que comprende tanto un aspecto negativo de liberación del pecado, como un aspecto positivo de elección del bien, manifestado por los valores éticos contenidos en la ley natural, confirmada y profundizada por el Evangelio (...) Es éste el contexto adecuado para el redescubrimiento y la intensa celebración del sacramento de la Penitencia en su significado más profundo” (TMA, 49 y 50).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

14ª estación   Jesús es colocado en el sepulcro

L/. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Al anochecer, como era el día de la preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, noble magistrado, que también aguardaba el reino de Dios. Se presentó decidido ante Pilato, y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya. Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Éste, compró una sábana y, descolgando a Jesús, lo envolvió en ella y lo puso en su sepulcro, por estrenar, excavado en una roca. Y rodó una piedra en la entrada. María Magdalena y María, la madre de José, observaban dónde lo ponían.

            “Como en el Viernes y en el Sábado Santo, la Iglesia permanece en la contemplación de este rostro ensangrentado, en el cual se esconde la vida de Dios y se ofrece la salvación del mundo. Pero esta contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el Resucitado! La resurrección fue la respuesta del Padre a la obediencia de Cristo. La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. La Iglesia, animada por esta experiencia, retoma hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Heb 13,8)” (NMI, 28).
            “Recordando que Cristo vino a «evangelizar a los pobres» (Mt 11,5; Lc 7,22), ¿cómo no subrayar más decididamente la opción fundamental de la Iglesia por los pobres y los marginados? Se debe decir ante todo que el compromiso por la justicia y por la paz en un mundo como el nuestro”, es un aspecto sobresaliente en los cristianos que deben hacerse voz de todos los pobres del mundo. Además se ofrece “la oportunidad de meditar sobre otros desafíos del momento como, por ejemplo, la dificultad de diálogo entre culturas diversas y los problemas relacionados con el respeto de los derechos de la mujer y con la promoción de la familia y del matrimonio” (TMA, 51).
L/. ¡Señor, pequé!
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

Conclusión:

       “Que Jesús resucitado, el cual nos acompaña en nuestro camino, dejándose reconocer como a los discípulos de Emaús «al partir el pan» (Lc 24,30), nos encuentre vigilantes y preparados para reconocer su rostro y correr hacia nuestros hermanos, para llevarles el gran anuncio: «¡Hemos visto al Señor!» (Jn 20,25)“ (NMI, 59).
       “«Gloria a ti, Cristo Jesús, hoy y siempre tú reinarás». Con este canto, tantas veces repetido, hemos contemplado a Cristo como nos lo presenta el Apocalipsis: «El Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin» (Ap 22,13). Y contemplando a Cristo hemos adorado juntos al Padre y al Espíritu, la única e indivisible Trinidad, misterio inefable en el cual todo tiene su origen y su realización” (NMI, 5).

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