martes, 31 de enero de 2012

Domingos dedicados a san José (B)


Modelo B
con textos de la Carta Ap. Novo millennio ineunte
de Juan Pablo II, 6 enero 2001

Monición introductoria para cada domingo:

Jesús, al empezar su vida pública, tenía unos treinta años y se pensaba que era hijo de José (Lc 2,23).
Y viniendo a su patria les enseñaba en la sinagoga de modo que atónitos se decían: ¿no es éste el hijo del carpintero? (Mt 13,53-55)

Encontró Felipe a Natanael y le dijo: “Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley y los Profetas, a Jesús, hijo de José de Nazaret” (Jn 1,45).


Oración inicial para cada domingo:

A ti acudimos, bienaventurado José, y, después de solicitar el auxilio de tu Santísima Esposa, pedimos confiadamente también tu patrocinio. Humildemente te suplicamos que vuelvas benigno tus ojos a la herencia que, con su sangre, adquirió Jesucristo y, con tu poder y tu auxilio, socorras nuestras necesidades.

            ¡Oh providentísimo custodio de la Sagrada Familia!, protege la escogida descendencia de Jesucristo que es la Iglesia; aparta toda mancha de error y de corrupción; asístenos, fortísimo liberador nuestro, en esta lucha contra el poder de las tinieblas. Y como libraste a Jesús del peligro de su vida humana, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las acechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, para que cada uno de nosotros, protegidos por tu paternal patrocinio, podamos vivir santamente, morir piadosamente y alcanzar la bienaventuranza eterna. Amén (de León XIII).

Consideración final para cada domingo:

Que el encuentro con Cristo se exprese hasta el "arrebato del corazón”. Abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios (NMI, 33).
Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino (NMI, 38).

            Mientras se abre un futuro de esperanza, suba hasta el Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, la alabanza y el agradecimiento de toda la Iglesia (NMI, 59).

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Domingo 1º = Genealogía de Jesús
 
            "Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, a quien se le llama Cristo" (Mt 1, 16). "En el mes sexto fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, por nombre Nazaret, a una virgen desposada con un varón llamado José, de la casa de David" (Lc 1, 26-27). "Tenía Jesús, al comenzar, como unos treinta años y pasaba como hijo de José" (Lc 3, 23).

La entrada de un nuevo milenio ha favorecido ciertamente, sin ceder a fantasías milenaristas, la percepción del misterio de Cristo en el gran horizonte de la historia de la salvación. Contemplado en su misterio divino y humano, Cristo es el fundamento y el centro de la historia, de la cual es el sentido y la meta última. Y contemplando a Cristo, hemos adorado juntos al Padre y al Espíritu, la única e indivisible Trinidad, misterio inefable en el cual todo tiene su origen y realización (NMI, 5).
            Es preciso dar realce a la eucaristía dominical, memoria de aquel "primer día después del sábado" (Mc 16, 2.9) que prefigura el último día, cuando Cristo vuelva glorioso. Precisamente celebrando su Pascua, cada domingo, la Iglesia seguirá indicando a cada generación "lo que constituye el eje central de la historia, con el cual se relaciona el misterio del principio y del destino final del mundo" (NMI, 35).
            Si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse. Nadie puede ser excluido de nuestro amor, desde el momento en que "con la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a cada hombre" (GS, 22). Se siembran todavía en la historia aquellas semillas del Reino de Dios que Jesús mismo dejó en su vida terrena atendiendo a cuantos recurrían a él para toda clase de necesidades espirituales y materiales (NMI, 49).

Domingo 2º = Las dudas de san José

"José, su esposo, como era justo y no quería denunciarla, resolvió repudiarla en secreto. El tenía este plan cuando se le apareció en sueños un ángel del Señor, que le dijo: «José, hijo de David, no temas retener a María, tu esposa, porque lo que ella ha concebido es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». Y esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: «He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, al cual llamarán por nombre Emmanuel», que traducido es Dios con nosotros.

Cuando José despertó del sueño, hizo como le había mandado el ángel del Señor, y retuvo a su esposa. Y sin que antes la conociera, dio a luz un hijo, al cual puso por nombre Jesús" (Mt 1, 18-25).

            Es necesario, pues, que la Iglesia del tercer milenio, impulse a todos a tomar conciencia de la propia responsabilidad activa. En particular, es necesario descubrir cada vez mejor la vocación propia de los laicos. Tiene gran importancia el deber de promover las diversas realidades de asociación que es un don de Dios, constituyendo una auténtica primavera del Espíritu.

En la visión cristiana del matrimonio, la relación entre un hombre y una mujer, responde al proyecto primitivo de Dios, ofuscado en la historia por la "dureza de corazón", pero que Cristo ha venido a restaurar en su esplendor originario. Conviene procurar que las familias cristianas ofrezcan un ejemplo convincente de la posibilidad de un matrimonio vivido de manera plenamente conforme al proyecto de Dios y a las verdaderas exigencias de la persona humana (NMI, 46-47).

Domingo 3º = Nacimiento de Jesús

"Todos iban a empadronarse, cada uno a su ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David que se llama Belén, porque él era de la casa y familia de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba encinta. Y aconteció que, mientras estaban ellos allí, se cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo reclinó en un pesebre porque no había sitio para ellos en la posada" (Lc 22, 1-7).

            Conviene descubrir en todo su valor programático el capítulo 5º de la Constitución dogmática Lumen gentium sobre la Iglesia, dedicado a la "vocación universal a la santidad"... Si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos "genios" de la santidad (NMI, 30-31).

Un nuevo siglo y un nuevo milenio se abren a la luz de Cristo. Pero no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el maravilloso y exigente cometido de ser su "reflejo". Esta es una tarea que nos hace temblar si nos fijamos en la debilidad que tan a menudo nos vuelve opacos y llenos de sombras. Pero es una tarea posible si, expuestos a la luz de Cristo, sabemos abrirnos a su gracia que nos hace hombres nuevos. En esta perspectiva se sitúa  también el gran desafío del diálogo interreligioso. En la situación de un marcado pluralismo cultural y religioso, tal como se va presentando en la sociedad del nuevo milenio, este diálogo es también importante para proponer una firme base de paz y alejar el espectro futuro de las guerras de religión que han bañado de sangre tantos períodos en la historia de la humanidad. (NMI, 54-55)

Domingo 4º = La visita de los pastores y los magos

 "Cuando los ángeles se retiraron de ellos al cielo, los pastores se decían entre sí: «Vayamos pues a Belén y veamos este suceso que ha tenido lugar y que el Señor nos ha manifestado». Y fueron con prisa y encontraron a María y a José y al niño reclinado en el pesebre. Cuando lo vieron, contaron las palabras que se les había dicho sobre aquel niño. Y todos los que los oyeron se admiraron de lo que les decían los pastores. María, por su parte, guardaba con cuidado todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme con lo que se les había anunciado" (Lc 2, 8-20).

"Después que nació Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, se presentaron en Jerusalén unos sabios de Oriente, que preguntaban: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? pues hemos visto su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle » (...) Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino. Y he aquí que la estrella, la que vieron en el Oriente, les precedía hasta que llegó y se paró encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella se alegraron grandemente. Entraron en la casa y vieron al niño y a María, su madre. Y postrados lo adoraron. Abrieron sus tesoros y le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra" (Mt 2, 1-12).

            El cristianismo es gracia, es la sorpresa de un Dios que, satisfecho no sólo con la creación del mundo y del hombre, se ha puesto al lado de su criatura. Dos mil años de historia han pasado sin disminuir la actualidad de aquel "hoy" con el que los ángeles anunciaron a los pastores el acontecimiento maravilloso del nacimiento de Jesús en Belén. Han pasado dos mil años pero siente siempre consolador para los pecadores necesitados de misericordia aquel "hoy" de la salvación que en la Cruz abrió las puertas del Reino de Dios al ladrón arrepentido (NMI, 4).

            El Concilio Vaticano II ha tratado de establecer una relación de apertura y diálogo con representantes de otras religiones. El diálogo debe continuar pero no puede basarse en la indiferencia religiosa. Es anuncio gozoso de un don para todos y que se propone a todos con el mayor respeto a la libertad de cada uno: el don de la revelación del Dios-Amor que "tanto amó al mundo que le dio su Hijo unigénito" (Jn3, 16). Para nosotros no es una simple opinión, al contrario, es una noticia que debemos anunciar. El diálogo interreligioso tampoco puede sustituir al anuncio y no nos impide entablar el diálogo íntimamente dispuestos a la escucha. El diálogo cristiano es con las filosofías, las culturas y las religiones. No es raro que el Espíritu de Dios, que "sopla donde quiere" (Jn3, 8) suscite en la experiencia humana universal, a pesar de sus múltiples contradicciones, signos de su presencia que ayudan a los mismos discípulos de Cristo a comprender más profundamente el mensaje (...) La Iglesia reconoce que no sólo ha dado, sino que también "ha recibido de la historia y del desarrollo del género humano" (GS, 44). Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza (NMI, 55-57).

Domingo 5º = La presentación del Niño en el templo

"Cuando se les cumplió el período de la purificación, conforme a la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor (...) Cuando traían los padres al niño Jesús para cumplir lo que sobre él mandaba la ley, Simeón, varón justo y piadoso, lo tomó en sus brazos y alabó a Dios (...) Su padre y su madre estaban admirados con las cosas que se decían de él"(Lc 2, 22-33).

            La Iglesia, que se ha dedicado a contemplar el rostro de su Esposo y Señor, se ha convertido, más que nunca, en pueblo peregrino, guiado por Aquel que es Cristo, meta de la historia y único Salvador del mundo (NMI, 1). Es pues el momento de que, reflexionando sobre lo que el Espíritu ha dicho al Pueblo de Dios en el período amplio que va desde el Concilio Vaticano II, analice su fervor y recupere un nuevo impulso (NMI, 3).

            "Queremos ver a Jesús" (Jn 12, 21). Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizá no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo "hablar" de Cristo, sino en cierto modo hacérselo "ver" (NMI, 16).

            Si hoy con el racionalismo que reina en gran parte de la cultura contemporánea, es sobre todo la fe en la divinidad de Cristo lo que constituye un problema, en otros contextos históricos y culturales hubo más bien la tendencia a rebajar o desconocer el aspecto histórico concreto de la humanidad de Jesús. La contemplación del rostro de Cristo, Dios y hombre como es, nos revela también el auténtico rostro del hombre, "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre" (GS, 22) (NMI, 20-23).

El rostro que los Apóstoles contemplaron después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años. Sólo la fe podía flanquear el misterio de aquel rostro (...) A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe. Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la profundidad del misterio: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16) (NMI, 16-19).

Domingo 6º = La huida a Egipto

"Después que se marcharon (los magos), un ángel del Señor se apareció durante el sueño a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te diga: porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». Él se levantó, tomó al niño y a su madre por la noche y partió a Egipto, y allí permaneció hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que el Señor había dicho por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo».

Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno. Se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. No sólo serían cristianos mediocres, sino "cristianos con riesgo". En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición (NMI, 34).

            Ha pasado ya, incluso en países de antigua evangelización, la situación de una "sociedad cristiana". Hoy se ha de afrontar con valentía una situación que cada vez es más variada y comprometida en el contexto de la globalización y de la nueva cultura y cambiante situación de pueblos y culturas que la caracteriza. Hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes. Esta pasión no podrá ser delegada a unos pocos "especialistas". Es necesario un nuevo impulso apostólico que sea vivido, como compromiso cotidiano. Esto debe hacerse respetando debidamente cada persona y atendiendo a las diversas culturas en las que ha de llegar el mensaje cristiano, de tal manera que no se nieguen los valores peculiares de cada pueblo, sino que sean purificados y llevados a su plenitud (NMI, 40).

y domingo 7º = El establecimiento en Nazaret

Muerto Herodes, un ángel del Señor se apareció durante el sueño a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y vuelve a tierra de Israel porque han muerto lo que buscaban matar al niño». Él se levantó, tomó al niño y a su madre y entró en tierra de Israel. Pero habiendo oído que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir allí y avisado durante el sueño, se retiró a la región de Galilea. y fue a habitar a una ciudad llamada Nazaret para que se cumpliera lo que habían dicho los profetas: «Será llamado Nazareno» (Mt 2, 19-23).

"Bajó con ellos y vino a Nazaret y les obedecía. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, estatura y gracia delante de Dios y de los hombres" (Lc 2, 39-52).

Hemos de imitar la contemplación de María, la cual, después de la peregrinación a la ciudad santa de Jerusalén, volvió a su casa de Nazaret meditando en su corazón el misterio del Hijo (NMI, 58).

            En el misterio de la Encarnación están las bases para una antropología que es capaz de ir más allá de sus propios límites y contradicciones, moviéndose hacia la meta de la "divinización", a través de la incorporación a Cristo del hombre redimido, admitido a la intimidad de la vida trinitaria. Sobre esta dimensión salvífica del misterio de la Encarnación los Padres han insistido mucho: sólo porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios.

Esta identidad divino-humana brota vigorosamente en los Evangelios gracias a los cuales podemos introducirnos en la "zona-límite" del misterio, representada por la autoconciencia de Cristo. Aunque sea lícito pensar que, por su condición humana que lo hacía crecer "en sabiduría, en estatura y en gracia" (Lc 2, 52), la conciencia humana de su misterio progresa también hasta la plena expresión de su humanidad glorificada, no hay duda de que ya en su existencia terrena Jesús tenía conciencia de su identidad de Hijo de Dios (NMI, 23-24).

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