Modelo A
con textos de la Ex. Ap. Redemptoris custos de Juan Pablo II
(15 agosto 1989)
(15 agosto 1989)
Para
cada domingo:
Jesús, al empezar su vida pública, tenía unos
treinta años y se pensaba que era hijo de José (Lc 2,23).
Y viniendo a su patria les enseñaba en la
sinagoga de modo que atónitos se decían: ¿no es éste el hijo del carpintero?
(Mt 13,53-55)
Encontró Felipe a Natanael y le
dijo: “Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en
la Ley y los Profetas, a Jesús, hijo de José de Nazaret” (Jn 1,45).
Oración inicial
¡Augusto
Patrono de la Iglesia universal!: no nos es posible dudar de tu gran valimiento
delante de Dios, ni de tu bondad para con los hombres. Dígnate confirmarnos en
la fe, experimentando una prueba más de tu amorosa protección.
A
este fin te dedicamos estos siete domingos que preceden tu fiesta, meditando
tus dolores y tus gozos. Te ofrecemos nuestro corazón para que lo reformes
conforme al tuyo y, así, seamos agradables a Dios y merezcamos las bendiciones
de Jesús y de María todos los días de nuestra vida (del
beato Pío IX).
1º domingo: El
censo
Dirigiéndose
a Belén para el censo, de acuerdo con las disposiciones emanadas por la
autoridad legítima, José, respecto al niño, cumplió la tarea importante y
significativa de inscribir oficialmente el nombre «Jesús, hijo de José de
Nazaret» (cf Jn 1, 45) en el registro del Imperio. Esta inscripción manifiesta
de modo evidente la pertenencia de Jesús al género humano, hombre entre los
hombres, ciudadano de este mundo, sujeto a las leyes e instituciones civiles.
Jesús nació antes de que el censo se hubiera llevado a cabo. De este modo,
registrado con todos, podía santificar a todos; inscrito en el censo con toda
la tierra, a la tierra ofrecía la comunión consigo (cf RC, 9).
Oración conclusiva:
Oh Dios, por la intercesión de san José, próvido custodio de la Sagrada Familia y de la heredad que Jesucristo conquistó con su sangre, en virtud de aquel sagrado vínculo que lo une a la Inmaculada Virgen María: te encomendamos todas las preocupaciones y peligros que amenazan a la familia humana y los demás motivos por los que su protección adquieren una renovada actualidad para la Iglesia, en relación con el nuevo tercer milenio cristiano.
Que san José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
2º domingo: El
nacimiento en Belén
José
es con María, en la noche de Belén, testigo privilegiado de la venida del Hijo
de Dios al mundo. José fue testigo ocular de este nacimiento, acaecido en
condiciones humanamente humillantes, primer anuncio de aquel «anonadamiento»
(Phil 2, 5-8), al que Cristo libremente consintió para redimir los pecados. Al
mismo tiempo fue testigo de la adoración de los pastores, llegados al lugar del
nacimiento de Jesús después de que el ángel les había traído esta grande y
gozosa nueva (cf Lc 2, 15-16). Más tarde fue también testigo de la adoración de
los Magos venidos de Oriente (cf Mt 2, 11) (cf RC, 10).
Oración conclusiva:
Oh Dios, por la intercesión de san José, próvido custodio de la Sagrada Familia y de la heredad que Jesucristo conquistó con su sangre, en virtud de aquel sagrado vínculo que lo une a la Inmaculada Virgen María: te encomendamos todas las preocupaciones y peligros que amenazan a la familia humana y los demás motivos por los que su protección adquieren una renovada actualidad para la Iglesia, en relación con el nuevo tercer milenio cristiano.
Que san José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
3º domingo: La
circuncisión
Siendo
la circuncisión del hijo el primer deber religioso del padre, José con este
rito (cf Lc 2,21) ejercita su derecho-deber respecto a Jesús. La Alianza de
Dios con Abrahán, de la cual la circuncisión es signo (cf Jn 17, 13), alcanza
en Jesús pleno efecto y su perfecta realización, siendo Jesús el «sí» de todas
las antiguas promesas (cf 2Cor 1, 20) (cf RC, 11).
En
la circuncisión, José impone al niño el nombre de Jesús que es el único en el
que se halla la salvación (cf Act 4, 12). Al imponer el nombre, José declara su
paternidad legal sobre Jesús y, al proclamar el nombre, proclama también su
misión salvadora (cf RC, 12).
Oración conclusiva:
Oh Dios, por la intercesión de san José, próvido custodio de la Sagrada Familia y de la heredad que Jesucristo conquistó con su sangre, en virtud de aquel sagrado vínculo que lo une a la Inmaculada Virgen María: te encomendamos todas las preocupaciones y peligros que amenazan a la familia humana y los demás motivos por los que su protección adquieren una renovada actualidad para la Iglesia, en relación con el nuevo tercer milenio cristiano.
Que san José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
4º domingo: La
presentación de Jesús en el templo
El
rescate del primogénito es otro deber del padre, que es cumplido por José.
También en esto, Jesús, que es el verdadero «precio» del rescate (cf 1Cor 6, 20;
7, 23; 1Pt 1, 19), no sólo «cumple» el rito del Antiguo Testamento, sino que,
al mismo tiempo, lo supera, al no ser Él mismo un sujeto de rescate, sino el
autor mismo del rescate. «Su padre y su
madre estaban admirados de lo que se decía de él» (Lc 2, 33), y, de modo
particular, de lo dicho por Simeón, en su canto dirigido a Dios, al indicar a
Jesús como la «salvación preparada por
Dios a la vista de todos los pueblos» y «luz para iluminar a los gentiles y
gloria de su pueblo Israel» y, más adelante, también «señal de contradicción» (cf Lc 2, 30-34) (cf RC, 13).
Oración conclusiva:
Oh Dios, por la intercesión de san José, próvido custodio de la Sagrada Familia y de la heredad que Jesucristo conquistó con su sangre, en virtud de aquel sagrado vínculo que lo une a la Inmaculada Virgen María: te encomendamos todas las preocupaciones y peligros que amenazan a la familia humana y los demás motivos por los que su protección adquieren una renovada actualidad para la Iglesia, en relación con el nuevo tercer milenio cristiano.
Que san José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
5º domingo: La
huida a Egipto
Según
el texto de Mateo, antes del regreso a Galilea, hay que situar un
acontecimiento muy importante, para el que la Providencia divina recurre
nuevamente a José. Cuando partieron los Magos, Herodes «envió a matar a todos los niños de Belén y de toda la comarca, de dos
años para abajo» (Mt 2, 16). Entonces José, habiendo sido advertido en
sueños, «tomó al niño y a su madre y se
retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes para que se cumpliera
el oráculo del Señor por medio del profeta: ‘De Egipto llamé a mi hijo’»
(Mt 2, 14-15; Os 11, 1). De este modo, el camino de regreso de Jesús desde
Belén a Nazaret pasó a través de Egipto. José, depositario y cooperador del
misterio providencial de Dios, custodia también en el exilio a aquel que
realiza la Nueva Alianza (cf RC, 14).
Oración conclusiva:
Oh Dios, por la intercesión de san José, próvido custodio de la Sagrada Familia y de la heredad que Jesucristo conquistó con su sangre, en virtud de aquel sagrado vínculo que lo une a la Inmaculada Virgen María: te encomendamos todas las preocupaciones y peligros que amenazan a la familia humana y los demás motivos por los que su protección adquieren una renovada actualidad para la Iglesia, en relación con el nuevo tercer milenio cristiano.
Que san José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
6º domingo: Jesús
en el templo
Desde
el momento de la Anunciación, José, junto con María, se encontró en cierto
sentido en la intimidad del misterio escondido desde siglos en Dios. Él habitó
entre los hombres, y el ámbito de su morada fue la Sagrada Familia de Nazaret,
una de tantas familias de esta aldea de Galilea, una de tantas familias de
Israel.
Cuando
Jesús tenía doce años participó en la fiesta de la Pascua de Jerusalén como
joven peregrino junto con María y José (cf Lc 2, 43). ¿Por qué me buscabais?
¿No sabéis que debo ocuparme de las cosas de mi Padre? (cf Lc 2, 49-50). Esta
respuesta la oyó José, a quien María se había referido llamándole tu padre. Y
es así lo que se decía y pensaba: «Jesús...
era, según se creía, hijo de José» (Lc 3, 23).
No
obstante, la respuesta de Jesús en el templo había reafirmado en la conciencia
del “presunto padre” lo que éste había oído una noche doce años antes: «José... no temas tomar contigo a María, tu
mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (Mt 1, 20). Ya
desde entonces, él sabía que era depositario del misterio de Dios (cf RC, 15).
Oración conclusiva:
Que san José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
y 7º domingo: El
mantenimiento y la educación de Jesús en Nazaret
El
crecimiento de Jesús en «sabiduría, edad
y gracia» (Lc 2, 52) se desarrolla en el ámbito de la Sagrada Familia a la
vista de José, que tenía la alta misión de “criarle”, esto es, alimentar,
vestir e instruir a Jesús en la Ley y en un oficio, como corresponde a los
deberes propios del padre”.
Por
su parte, Jesús «vivía sujeto a ellos»
(Lc 2, 51), como correspondiendo con el respeto a las atenciones de sus padres.
De esta manera quiso santificar los deberes de la familia y del trabajo que desempeñaba
al lado de José (cf RC,16).
Gracias
a su banco de trabajo sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó
el trabajo humano al misterio de la Redención (cf RC, 22).
Hace falta
que se conozcan y asimilen los contenidos del trabajo en la vida del hombre que
ayudan a todos a acercarse a través de él a Dios, Creador y Redentor, a
participar en sus planes salvíficos respecto al hombre y al mundo y a
profundizar la amistad con Cristo asumiendo una viva participación en su triple
misión de sacerdote, profeta y rey (cf RC, 23).
Cada uno
debe alcanzar la santificación de la vida cotidiana según el propio estado
según un modelo accesible a todos: “San José es la prueba de que para ser
buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan ‘grandes cosas’, sino
que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero
verdaderas y auténticas” (cf RC, 24).
Oración conclusiva:
Que
san José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de
nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
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