martes, 31 de enero de 2012

Domingos dedicados a san José (A)


Modelo A
con textos de la Ex. Ap. Redemptoris custos de Juan Pablo II 
(15 agosto 1989)



Para cada domingo:
Jesús, al empezar su vida pública, tenía unos treinta años y se pensaba que era hijo de José (Lc 2,23).
Y viniendo a su patria les enseñaba en la sinagoga de modo que atónitos se decían: ¿no es éste el hijo del carpintero? (Mt 13,53-55)

Encontró Felipe a Natanael y le dijo: “Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley y los Profetas, a Jesús, hijo de José de Nazaret” (Jn 1,45).



Oración inicial
            ¡Augusto Patrono de la Iglesia universal!: no nos es posible dudar de tu gran valimiento delante de Dios, ni de tu bondad para con los hombres. Dígnate confirmarnos en la fe, experimentando una prueba más de tu amorosa protección.
            A este fin te dedicamos estos siete domingos que preceden tu fiesta, meditando tus dolores y tus gozos. Te ofrecemos nuestro corazón para que lo reformes conforme al tuyo y, así, seamos agradables a Dios y merezcamos las bendiciones de Jesús y de María todos los días de nuestra vida (del beato Pío IX).


1º domingo: El censo

Dirigiéndose a Belén para el censo, de acuerdo con las disposiciones emanadas por la autoridad legítima, José, respecto al niño, cumplió la tarea importante y significativa de inscribir oficialmente el nombre «Jesús, hijo de José de Nazaret» (cf Jn 1, 45) en el registro del Imperio. Esta inscripción manifiesta de modo evidente la pertenencia de Jesús al género humano, hombre entre los hombres, ciudadano de este mundo, sujeto a las leyes e instituciones civiles. Jesús nació antes de que el censo se hubiera llevado a cabo. De este modo, registrado con todos, podía santificar a todos; inscrito en el censo con toda la tierra, a la tierra ofrecía la comunión consigo (cf RC, 9).


Oración conclusiva:
         Oh Dios, por la intercesión de san José, próvido custodio de la Sagrada Familia y de la heredad que Jesucristo conquistó con su sangre, en virtud de aquel sagrado vínculo que lo une a la Inmaculada Virgen María: te encomendamos todas las preocupaciones y peligros que amenazan a la familia humana y los demás motivos por los que su protección adquieren una renovada actualidad para la Iglesia, en relación con el nuevo tercer milenio cristiano.
            Que san José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.


2º domingo: El nacimiento en Belén

José es con María, en la noche de Belén, testigo privilegiado de la venida del Hijo de Dios al mundo. José fue testigo ocular de este nacimiento, acaecido en condiciones humanamente humillantes, primer anuncio de aquel «anonadamiento» (Phil 2, 5-8), al que Cristo libremente consintió para redimir los pecados. Al mismo tiempo fue testigo de la adoración de los pastores, llegados al lugar del nacimiento de Jesús después de que el ángel les había traído esta grande y gozosa nueva (cf Lc 2, 15-16). Más tarde fue también testigo de la adoración de los Magos venidos de Oriente (cf Mt 2, 11) (cf RC, 10).

Oración conclusiva:
         Oh Dios, por la intercesión de san José, próvido custodio de la Sagrada Familia y de la heredad que Jesucristo conquistó con su sangre, en virtud de aquel sagrado vínculo que lo une a la Inmaculada Virgen María: te encomendamos todas las preocupaciones y peligros que amenazan a la familia humana y los demás motivos por los que su protección adquieren una renovada actualidad para la Iglesia, en relación con el nuevo tercer milenio cristiano.
            Que san José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.


3º domingo: La circuncisión

Siendo la circuncisión del hijo el primer deber religioso del padre, José con este rito (cf Lc 2,21) ejercita su derecho-deber respecto a Jesús. La Alianza de Dios con Abrahán, de la cual la circuncisión es signo (cf Jn 17, 13), alcanza en Jesús pleno efecto y su perfecta realización, siendo Jesús el «sí» de todas las antiguas promesas (cf 2Cor 1, 20) (cf RC, 11).
            En la circuncisión, José impone al niño el nombre de Jesús que es el único en el que se halla la salvación (cf Act 4, 12). Al imponer el nombre, José declara su paternidad legal sobre Jesús y, al proclamar el nombre, proclama también su misión salvadora (cf RC, 12).

Oración conclusiva:
           Oh Dios, por la intercesión de san José, próvido custodio de la Sagrada Familia y de la heredad que Jesucristo conquistó con su sangre, en virtud de aquel sagrado vínculo que lo une a la Inmaculada Virgen María: te encomendamos todas las preocupaciones y peligros que amenazan a la familia humana y los demás motivos por los que su protección adquieren una renovada actualidad para la Iglesia, en relación con el nuevo tercer milenio cristiano.
            Que san José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.


4º domingo: La presentación de Jesús en el templo

El rescate del primogénito es otro deber del padre, que es cumplido por José. También en esto, Jesús, que es el verdadero «precio» del rescate (cf 1Cor 6, 20; 7, 23; 1Pt 1, 19), no sólo «cumple» el rito del Antiguo Testamento, sino que, al mismo tiempo, lo supera, al no ser Él mismo un sujeto de rescate, sino el autor mismo del rescate. «Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él» (Lc 2, 33), y, de modo particular, de lo dicho por Simeón, en su canto dirigido a Dios, al indicar a Jesús como la «salvación preparada por Dios a la vista de todos los pueblos» y «luz para iluminar a los gentiles y gloria de su pueblo Israel» y, más adelante, también «señal de contradicción» (cf Lc 2, 30-34) (cf RC, 13).

Oración conclusiva:
           Oh Dios, por la intercesión de san José, próvido custodio de la Sagrada Familia y de la heredad que Jesucristo conquistó con su sangre, en virtud de aquel sagrado vínculo que lo une a la Inmaculada Virgen María: te encomendamos todas las preocupaciones y peligros que amenazan a la familia humana y los demás motivos por los que su protección adquieren una renovada actualidad para la Iglesia, en relación con el nuevo tercer milenio cristiano.
            Que san José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.


5º domingo: La huida a Egipto

Según el texto de Mateo, antes del regreso a Galilea, hay que situar un acontecimiento muy importante, para el que la Providencia divina recurre nuevamente a José. Cuando partieron los Magos, Herodes «envió a matar a todos los niños de Belén y de toda la comarca, de dos años para abajo» (Mt 2, 16). Entonces José, habiendo sido advertido en sueños, «tomó al niño y a su madre y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: ‘De Egipto llamé a mi hijo’» (Mt 2, 14-15; Os 11, 1). De este modo, el camino de regreso de Jesús desde Belén a Nazaret pasó a través de Egipto. José, depositario y cooperador del misterio providencial de Dios, custodia también en el exilio a aquel que realiza la Nueva Alianza (cf RC, 14).

Oración conclusiva:
            Oh Dios, por la intercesión de san José, próvido custodio de la Sagrada Familia y de la heredad que Jesucristo conquistó con su sangre, en virtud de aquel sagrado vínculo que lo une a la Inmaculada Virgen María: te encomendamos todas las preocupaciones y peligros que amenazan a la familia humana y los demás motivos por los que su protección adquieren una renovada actualidad para la Iglesia, en relación con el nuevo tercer milenio cristiano.
            Que san José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.


6º domingo: Jesús en el templo

Desde el momento de la Anunciación, José, junto con María, se encontró en cierto sentido en la intimidad del misterio escondido desde siglos en Dios. Él habitó entre los hombres, y el ámbito de su morada fue la Sagrada Familia de Nazaret, una de tantas familias de esta aldea de Galilea, una de tantas familias de Israel.
            Cuando Jesús tenía doce años participó en la fiesta de la Pascua de Jerusalén como joven peregrino junto con María y José (cf Lc 2, 43). ¿Por qué me buscabais? ¿No sabéis que debo ocuparme de las cosas de mi Padre? (cf Lc 2, 49-50). Esta respuesta la oyó José, a quien María se había referido llamándole tu padre. Y es así lo que se decía y pensaba: «Jesús... era, según se creía, hijo de José» (Lc 3, 23).
            No obstante, la respuesta de Jesús en el templo había reafirmado en la conciencia del “presunto padre” lo que éste había oído una noche doce años antes: «José... no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (Mt 1, 20). Ya desde entonces, él sabía que era depositario del misterio de Dios (cf RC, 15).

Oración conclusiva:
           Oh Dios, por la intercesión de san José, próvido custodio de la Sagrada Familia y de la heredad que Jesucristo conquistó con su sangre, en virtud de aquel sagrado vínculo que lo une a la Inmaculada Virgen María: te encomendamos todas las preocupaciones y peligros que amenazan a la familia humana y los demás motivos por los que su protección adquieren una renovada actualidad para la Iglesia, en relación con el nuevo tercer milenio cristiano.
            Que san José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

y 7º domingo: El mantenimiento y la educación de Jesús en Nazaret

El crecimiento de Jesús en «sabiduría, edad y gracia» (Lc 2, 52) se desarrolla en el ámbito de la Sagrada Familia a la vista de José, que tenía la alta misión de “criarle”, esto es, alimentar, vestir e instruir a Jesús en la Ley y en un oficio, como corresponde a los deberes propios del padre”.
            Por su parte, Jesús «vivía sujeto a ellos» (Lc 2, 51), como correspondiendo con el respeto a las atenciones de sus padres. De esta manera quiso santificar los deberes de la familia y del trabajo que desempeñaba al lado de José (cf RC,16).
            Gracias a su banco de trabajo sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la Redención (cf RC, 22).
Hace falta que se conozcan y asimilen los contenidos del trabajo en la vida del hombre que ayudan a todos a acercarse a través de él a Dios, Creador y Redentor, a participar en sus planes salvíficos respecto al hombre y al mundo y a profundizar la amistad con Cristo asumiendo una viva participación en su triple misión de sacerdote, profeta y rey (cf RC, 23).
Cada uno debe alcanzar la santificación de la vida cotidiana según el propio estado según un modelo accesible a todos: “San José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan ‘grandes cosas’, sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas” (cf RC, 24).

Oración conclusiva:
             Oh Dios, por la intercesión de san José, próvido custodio de la Sagrada Familia y de la heredad que Jesucristo conquistó con su sangre, en virtud de aquel sagrado vínculo que lo une a la Inmaculada Virgen María: te encomendamos todas las preocupaciones y peligros que amenazan a la familia humana y los demás motivos por los que su protección adquieren una renovada actualidad para la Iglesia, en relación con el nuevo tercer milenio cristiano.
            Que san José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

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