Consideraciones para la oración y meditación
con diversos textos ecuménicos de Juan Pablo
II
para el octavario de oración para la unidad
de los cristianos,
del 18 al 25 de enero
día 1º (18 enero)
de la Enc. Redemptor
hominis (1979)
Hacia la unión de los cristianos
Y ¿qué decir de todas las iniciativas brotadas de
la nueva orientación ecuménica? El inolvidable Papa Juan XXIII, con claridad
evangélica, planteó el problema de la unión de los cristianos como simple
consecuencia de la voluntad del mismo Jesucristo, nuestro Maestro,
afirmada varias veces y expresada de manera particular en la oración del
Cenáculo, la víspera de su muerte: "para que todos sean uno,
como tú, Padre, estás en mí y yo en ti". El Concilio
Vaticano II respondió a esta exigencia de manera concisa con el Decreto sobre
el ecumenismo. El Papa Pablo VI, valiéndose de la actividad del Secretario para
la unión de los cristianos, inició los primeros pasos difíciles por el
camino de la consecución de tal unión. ¿Hemos ido lejos por este camino? Sin
querer dar una respuesta concreta podemos decir que hemos conseguido unos
progresos verdaderos e importantes. Una cosa es cierta: hemos trabajado con
perseverancia, coherencia y valentía, y con nosotros se han empeñado también
los representantes de otras Iglesias y de otras Comunidades cristianas, por lo
cual les estamos sinceramente reconocidos. Es cierto además que, en la presente
situación histórica de la cristiandad y del mundo, no se ve otra posibilidad
de cumplir la misión universal de la Iglesia, en lo concerniente a los
problemas ecuménicos, que la de buscar lealmente, con perseverancia, humildad y
con valentía, las vías de acercamiento y de unión, tal como nos ha dado ejemplo
personal el Papa Pablo VI. Debemos por tanto buscar la unión, sin desanimarnos
frente a las dificultades que pueden presentarse o acumularse a lo largo de este
camino; de otra manera no seremos fieles a la palabra de Cristo, no cumpliremos
su testamento. ¿Es lícito correr este riesgo?
Día 2º (19 enero)
Hay personas que, encontrándose frente a las
dificultades o también juzgando negativos los resultados de los trabajos
iniciales ecuménicos, hubieran preferido echarse atrás. Algunos incluso
expresan la opinión de que estos esfuerzos son dañosos para la causa del
Evangelio, conducen a una ulterior ruptura de la Iglesia, provocan confusión de
ideas en las cuestiones de la fe y de la moral, abocan a un específico
indiferentismo. Posiblemente será bueno que los portavoces de tales opiniones
expresen sus temores; no obstante, también en este aspecto hay que mantener los
justos límites.
Es obvio que esta nueva etapa de la vida
de la Iglesia exige de nosotros una fe particularmente consciente, profunda y
responsable. La verdadera actividad ecuménica significa apertura,
acercamiento, disponibilidad al diálogo, búsqueda común de la verdad en el
pleno sentido evangélico y cristiano; pero de ningún modo significa ni puede
significar renunciar o causar perjuicio de alguna manera a los tesoros de la
verdad divina, constantemente confesada y enseñada por la Iglesia. A todos los
que por cualquier motivo quisieran disuadir a la Iglesia de la búsqueda de la
unidad universal de los cristianos, hay que decirles una vez más: ¿nos es
lícito no hacerlo? ¿Podemos no tener confianza ¾no obstante toda la debilidad humana, todas las
deficiencias acumuladas a lo largo de los siglos pasados¾ en la gracia de nuestro Señor, tal como se ha
revelado en los últimos tiempos a través de la palabra del Espíritu Santo, que
hemos escuchado durante el Concilio? Obrando así, negaríamos la verdad que
concierne a nosotros mismos y que el Apóstol ha expresado de modo tan elocuente:
"Mas por gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia que me confirió no
resultó vana" (n. 6).
Día 3º (20 enero)
de la Enc. Redemptoris missio (1990)
El Concilio Vaticano II ha querido renovar la
vida y la actividad de la Iglesia según las necesidades del mundo
contemporáneo; ha subrayado su «índole misionera, basándola dinámicamente en la
misma misión trinitaria». El impulso misionero pertenece, pues, a la naturaleza
íntima de la vida cristiana e inspira también el ecumenismo: «Que
todos sean uno... para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,
21) (n. 1).
Por otra parte, es verdad que
todos los que han recibido el bautismo en Cristo están en una cierta comunión
entre sí, aunque no perfecta. Sobre esta base se funda la orientación dada por
el Concilio: «En cuanto lo permitan las condiciones religiosas promuévase la
acción ecuménica de forma que, excluida toda especie tanto de indiferentismo y
confusionismo como de emulación insensata, los católicos colaboren
fraternalmente con los hermanos separados, según las normas del Decreto sobre
el Ecumenismo, mediante la profesión común, en cuanto sea posible, de la fe en
Dios y en Jesucristo delante de las naciones, y den vida a la cooperación en
asuntos sociales y técnicos, culturales y religiosos» (n. 50).
La enseñanza teológica no puede ni
debe prescindir de la misión universal de la Iglesia, del ecumenismo, del
estudio de las grandes religiones y de la misionología (n. 83).
Día
4º (21 enero)
de la Enc. Dominum et vivificantem (1986)
En nuestra época, pues, estamos de nuevo llamados, por la fe siempre antigua y siempre nueva de la Iglesia, a acercarnos al Espíritu Santo que es dador de vida. Nos ayuda a ello y nos estimula también la herencia común con las Iglesias orientales, las cuales han custodiado celosamente las riquezas extraordinarias de las enseñanzas de los Padres sobre el Espíritu Santo. También por esto podemos decir que uno de los acontecimientos eclesiales más importantes de los últimos años ha sido el XVI centenario del I Concilio de Constantinopla, celebrado contemporáneamente en Constantinopla y en Roma en la solemnidad de Pentecostés del 1981. El Espíritu Santo ha sido comprendido mejor en aquella ocasión, mientras se meditaba sobre el misterio de la Iglesia, como aquél que indica los caminos que llevan a la unión de los cristianos, más aún, como la fuente suprema de esta unidad, que proviene de Dios mismo y a la que san Pablo dio una expresión particular con las palabras con que frecuentemente se inicia la liturgia eucarística: «La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros» (n. 2).
Ciertamente, debemos
constatar, por desgracia, que el milenio ya transcurrido ha sido el de las
grandes divisiones entre los cristianas. Por consiguiente, todos los creyentes
en Cristo, a ejemplo de los Apóstoles, deberán poner todo su empeño en
conformar su pensamiento y acción a la voluntad del Espíritu Santo, «principio
de unidad de la Iglesia», para que todos los bautizados en un solo
Espíritu, para formar un solo cuerpo, se encuentren unidos como hermanos en la
celebración de la misma Eucaristía «sacramento de piedad, signo de unidad,
vínculo de caridad» (n. 62).
Día 5º (22 enero)
de la Enc. Slovarum apostoli (1985)
sobre san
Cirilo y san Metodio, copatronos de Europa
La acción previsora, la doctrina profunda y
ortodoxa, el equilibrio, la lealtad, el celo apostólico, la magnanimidad
intrépida le granjearon el reconocimiento y la confianza de pontífices romanos,
de patriarcas constantinopolitanos, de emperadores bizantinos y de diversos
príncipes de los nuevos pueblos eslavos. Por todo ello, Metodio llegó a ser el
guía y el pastor legítimo de la Iglesia, que en aquella época se arraigaba en
aquellas naciones, y es unánimemente venerado, junto con su hermano
Constantino, como el heraldo del evangelio y el maestro "de parte
de Dios y del santo apóstol Pedro" y como fundamento de la unidad plena
entre las Iglesias de reciente fundación y las más antiguas (n. 7).
Precisamente por tal motivo consideraron una cosa
normal tomar una posición clara en todos los conflictos que entonces
perturbaban las sociedades eslavas, en vías de organización, asumiendo como
suyas las dificultades y los problemas, inevitables en unos pueblos que
defendían la propia identidad bajo la presión militar y cultural del nuevo
Imperio romanogermánico, e intentaban rechazar aquellas formas de vida que
consideraban extrañas.
Era a la vez el comienzo de unas divergencias más
profundas, destinadas, desgraciadamente, a acrecentarse, entre la cristiandad
oriental y la occidental, y los dos santos misioneros se encontraron personalmente
implicados en ellas; pero supieron mantener siempre una recta ortodoxia y una
atención coherente, tanto al depósito de la tradición como a las novedades del
estilo de vida propias de los pueblos evangelizados. A menudo las situaciones
de contraste se impusieron con toda su ambigua y dolorosa complejidad, pero no
por esto Constantino y Metodio intentaron apartarse de la prueba: la
incomprensión, la manifiesta mala fe y, en el caso de Metodio, incluso las
cadenas, aceptadas por amor de Cristo, no consiguieron hacer desistir a ninguno
de los dos del tenaz propósito de ayudar y de servir a la justa causa de
los pueblos eslavos y a la unidad de la Iglesia universal. Este fue el precio
que debieron pagar por la causa de la difusión del evangelio, por la empresa
misionera, por la búsqueda esforzada de nuevas formas de vida y de vías
eficaces con el fin de hacer llegar la buena nueva a las naciones eslavas que
se estaban formando (n. 10).
Día 6º (23 enero)
Habiendo iniciado su misión por mandato de
Constantinopla, ellos buscaron, en un cierto sentido, que la misma fuese
confirmada dirigiéndose a la Sede Apostólica de Roma, centro visible de la
unidad de la Iglesia. De este modo, movidos por el sentido de su universalidad,
edificaron la Iglesia como Iglesia una, santa, católica y apostólica (...)
Puede decirse que la invocación de Jesús en la oración sacerdotal ¾ut unum sint¾ representa su lema misionero (...) Para
nosotros, hombres de hoy, su apostolado posee también la elocuencia de una
llamada ecuménica: es una invitación a reconstruir, en la paz de la
reconciliación, la unidad que fue gravemente resquebrajada en tiempos
posteriores a los santos Cirilo y Metodio y, en primerísimo lugar, la unidad
entre Oriente y Occidente.
La convicción de los santos hermanos de Salónica,
según los cuales cada Iglesia local está llamada a enriquecer con sus
propios dones el "pleroma" católico, estaba en perfecta armonía
con su intuición evangélica de que las diferentes condiciones de vida de cada
Iglesia cristiana nunca pueden justificar desacuerdos, discordias, rupturas en
la profesión de la única fe y en la práctica de la caridad (n. 13).
Se sabe que, según
las enseñanzas del Concilio Vaticano II, "por movimiento ecuménico se
entienden las actividades e iniciativas que, según las variadas necesidades de
la Iglesia y las características de la época, se suscitan y se ordenan a
favorecer la unidad de los cristianos" Por tanto, no parece nada
anacrónico el ver en los santos Cirilo y Metodio a los auténticos
precursores del ecumenismo por haber querido eliminar o disminuir
eficazmente toda verdadera división, o incluso sólo aparente, entre cada una de
las comunidades pertenecientes a la misma Iglesia. En efecto, la división que,
por desgracia, tuvo lugar en la historia de la Iglesia y desafortunadamente
continúa todavía, "contradice abiertamente la voluntad de Cristo, es un
escándalo para el mundo y daña a la causa santísima de la predicación del
evangelio a todos los hombres".
Día 7º (24 enero)
La ferviente solicitud demostrada por ambos
hermanos, y especialmente por Metodio en razón de su responsabilidad episcopal,
por conservar la unidad de la fe y del amor entre las Iglesias de las
que eran miembros, es decir, la Iglesia de Constantinopla y la Iglesia romana,
por una parte, y las Iglesias nacientes en tierras eslavas, por otra, fue y
será siempre su gran mérito. Este es tanto mayor si se tiene presente que su
misión se desarrolló en los años 863-885, es decir, en los años críticos en los
que surgió y empezó a hacerse más profunda la fatal discordia y la áspera controversia
entre las Iglesias de Oriente y de Occidente. La división se acentuó por la
cuestión de la dependencia canónica de Bulgaria, que precisamente entonces
había aceptado oficialmente el cristianismo.
En este período borrascoso, marcado también por
conflictos armados entre pueblos cristianos limítrofes, los santos hermanos de
Salónica conservaron una fidelidad total, llena de vigilancia, a la
recta doctrina y a la tradición de la Iglesia perfectamente unida y, en
particular, a las "instituciones divinas" y a las "instituciones
eclesiásticas" sobre las que, según los cánones de los antiguos concilios,
basaban su estructura y su organización. Esta fidelidad les permitió llevar a
término los grandes objetivos misioneros y permanecer en plena unidad
espiritual y canónica con la Iglesia romana, con la Iglesia de Constantinopla y
con las nuevas Iglesias fundadas por ellos entre los pueblos eslavos (n. 14).
Metodio especialmente no dudaba en afrontar
incomprensiones, contrastes e incluso difamaciones y persecuciones físicas, con
tal de no faltar a su ejemplar fidelidad eclesial, con tal de cumplir sus
deberes de cristiano y de obispo y los compromisos adquiridos ante la
Iglesia de Bizancio, que lo había engendrado y enviado como misionero junto
con Cirilo; ante la Iglesia de Roma, gracias a la cual desempeñaba su
encargo de arzobispo pro fide en el "territorio de san Pedro"; así
como ante aquella Iglesia naciente en tierras eslavas, que él aceptó como
propia y que supo defender ¾convencido de su justo derecho¾ ante las autoridades
eclesiásticas y civiles, tutelando concretamente la liturgia en lengua
paleoeslava y los derechos eclesiásticos fundamentales propios de las Iglesias
en las diversas naciones.
Obrando así, él recurría siempre, como Constantino
filósofo, al diálogo con los que eran contrarios a sus ideas o a sus
iniciativas pastorales y ponían en duda su legitimidad. De este modo será siempre
un maestro para todos aquellos que, en cualquier época, tratan de atenuar
las discordias respetando la plenitud multiforme de la Iglesia la cual,
según la voluntad de su fundador, Jesucristo, debe ser siempre una, santa,
católica y apostólica. Tal consigna encontró pleno eco en el Símbolo de los 150
Padres del II Concilio ecuménico de Constantinopla, lo cual constituye la
intangible profesión de fe de todos los cristianos (n. 15).
Día 8º (25 enero)
Cirilo y Metodio son como los eslabones de unión, o
como un puente espiritual, entre la tradición oriental y la occidental, que
confluyen en la única gran tradición de la Iglesia universal. Para nosotros son
paladines y a la vez patronos en el esfuerzo ecuménico de las Iglesias hermanas
de Oriente y Occidente para volver a encontrar, mediante el diálogo y la
oración, la unidad visible en la comunión perfecta y total; unión que ¾como
dije durante mi visita a Bari¾ no es absorción ni tampoco fusión. La unidad es
el encuentro en la verdad y en el amor que nos han sido dados por el Espíritu.
Cirilo y Metodio, en su personalidad y en su obra, son figuras que despiertan
en todos los cristianos una gran "nostalgia por la unión" y por la
unidad entre las dos Iglesias hermanas de Oriente y Occidente. Para la plena
catolicidad, cada nación y cada cultura tienen un papel propio que desarrollar
en el plan universal de salvación. Cada tradición particular, cada Iglesia
local, debe permanecer abierta y atenta a las otras Iglesias y tradiciones y,
al mismo tiempo, a la comunión universal y católica; si permaneciese cerrada en
sí misma, correría el peligro de empobrecerse también ella (n. 27).
En su catedral, rebosante
de fieles de diversas estirpes, los discípulos de san Metodio tributaron un
solemne homenaje al difunto pastor por el mensaje de salvación, de paz y de
reconciliación que había llevado y al que había dedicado toda su vida:
"Celebraron un oficio sagrado en latín, griego y eslavo",
adorando a Dios y venerando al primer arzobispo de la Iglesia fundada por él
entre los eslavos, a quienes había anunciado el Evangelio, junto con su
hermano, en su propia lengua. Esta Iglesia se consolidó aún más cuando, por
explícito consentimiento del Papa, recibió una jerarquía autóctona,
radicada en la sucesión apostólica y enlazada en la unidad de fe y de amor
tanto con la Iglesia de Roma como con la de Constantinopla, donde la misión
eslava se había iniciado (n. 29).
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