Consideraciones para la oración
con textos ecuménicos de Juan Pablo II
El camino de la Iglesia y
la unidad de todos los cristianos
día 1º (18)
«El Espíritu promueve en todos los discípulos
de Cristo el deseo y la colaboración para que todos se unan en paz, en un
rebaño y bajo un solo pastor, como Cristo determinó». El camino de la
Iglesia, de modo especial en nuestra época, está marcado por el signo del
ecumenismo; los cristianos buscan las vías para reconstruir la unidad, por la
que Cristo invocaba al Padre por sus discípulos el día antes de la pasión: «para
que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean
uno en nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado». Por
consiguiente, la unidad de los discípulos de Cristo es un gran signo
para suscitar la fe del mundo, mientras su división constituye un escándalo.
día 2º (19)
día 2º (19)
El movimiento ecuménico, sobre la base de una
conciencia más lúcida y difundida de la urgencia de llegar a la unidad
de todos los cristianos, ha encontrado por parte de la Iglesia católica su
expresión culminante en el Concilio Vaticano II. Es necesario que los
cristianos profundicen en sí mismos y en cada una de sus comunidades aquella
«obediencia de la fe», de la que María es el primer y más claro ejemplo. Y dado
que «antecede con su luz al pueblo de Dios peregrinante, como signo de
esperanza segura y consuelo, ofrece gran gozo y consuelo para este sacrosanto
Concilio el hecho de que tampoco falten entre los hermanos separados quienes
tributan debido honor a la Madre del Señor y Salvador, especialmente entre los
Orientales».
día 3º (20)
Los cristianos saben que su unidad se conseguirá
verdaderamente sólo si se funda en la unidad de su fe. Ellos deben resolver
discrepancias de doctrina no leves sobre el misterio y ministerio de la
Iglesia, y a veces también sobre la función de María en la obra de la
salvación. Los diferentes coloquios, tenidos por la Iglesia católica con las
Iglesias y las Comunidades eclesiales de Occidente, convergen cada vez más
sobre estos dos aspectos inseparables del mismo misterio de la salvación. Si el
misterio del Verbo encarnado nos permite vislumbrar el misterio de la
maternidad divina y si, a su vez, la contemplación de la Madre de Dios nos
introduce en una compresión más profunda del misterio de la Encarnación, lo
mismo se debe decir del misterio de la Iglesia y de la función de María en la
obra de la salvación. profundizando en uno y otro, iluminando el uno por medio
del otro, los cristianos deseosos de hacer (como les recomienda su Madre) lo
que Jesús les diga, podrán caminar juntos en aquella «peregrinación de la fe»,
de la que María es todavía ejemplo y que debe guiarlos a la unidad querida por
su único Señor y tan deseada por quienes están atentamente a la escucha de lo
que hoy «el Espíritu dice a las Iglesias».
Entre tanto es un buen auspicio que estas Iglesias y
Comunidades eclesiales concuerden con la Iglesia católica en puntos
fundamentales de la fe cristiana, incluso en lo concerniente a la Virgen María.
En efecto, la reconocen como Madre del Señor y consideran que esto forma parte
de nuestra fe en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Estas Comunidades
miran a María que, a los pies de la Cruz, acoge como hijo suyo al discípulo
amado, el cual a su vez la recibe como madre.
¿Por qué, pues, no mirar hacia ella todos juntos
como a nuestra Madre común, que reza por la unidad de la familia de Dios y que
«precede» a todos al frente del largo séquito de los testigos de la fe en el
único Señor, el Hijo de Dios, concebido en su seno virginal pro obra del
Espíritu Santo?
día 4º (21)
Por otra parte, deseo subrayar cuan profundamente
unidas se sienten la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa y las antiguas
Iglesias orientales por el amor y por la alabanza a la Theotókos. No
sólo «los dogmas fundamentales de la fe cristiana: los de la Trinidad y del
Verbo encarnado en María Virgen han sido definidos en concilios ecuménicos
celebrados en Oriente», sino también en su culto litúrgico «los Orientales
ensalzan con himnos espléndidos a María siempre Virgen... y Madre Santísima de
Dios».
Los hermanos de estas Iglesias han conocido
vicisitudes complejas, pero su historia siempre ha transcurrido con un vivo
deseo de compromiso cristiano y de irradiación apostólica, aunque a menudo haya
estado marcada por persecuciones incluso cruentas. Es una historia de
fidelidad al Señor, una auténtica «peregrinación de la fe» a través de
lugares y tiempos durante los cuales los cristianos orientales han mirado
siempre con confianza ilimitada a la Madre del Señor, la han celebrado con
encomio y la han invocado con oraciones incesantes. En los momentos difíciles
de la probada existencia cristiana «ellos se refugiaron bajo su protección»,
conscientes de tener en ella una ayuda poderosa. Las Iglesias que profesan la
doctrina de Efeso proclaman a la Virgen «verdadera Madre de Dios», ya que «nuestro
Señor Jesucristo, nacido del Padre antes de los siglos según la divinidad, en
los últimos tiempos, por nosotros y por nuestra salvación, fue engendrado por
María Virgen Madre de Dios según la carne». Los Padres griegos y la
tradición bizantina, contemplando la Virgen a la luz del Verbo hecho hombre,
han tratado de penetrar en la profundidad de aquel vínculo que une a María,
como madre de Dios, con Cristo y la Iglesia: la Virgen es una presencia
permanente en toda la extensión del misterio salvífico.
día 5º (22)
Las tradiciones coptas y etiópicas han sido
introducidas en esta contemplación del misterio de María por san Cirilo de
Alejandría y, a su vez, la han celebrado con abundante producción poética. El
genio poético de san Efrén el Sirio, llamado «la cítara del Espíritu Santo»,
han cantado incansablemente a María, dejando una impronta todavía presente en
toda la tradición de la Iglesia siríaca. En su panegírico sobre la Theotókos,
san Gregorio de Narek, una de las glorias más brillantes de Armenia, con fuerte
inspiración poética, profundiza en los diversos aspectos del misterio de la
Encarnación, y cada uno de los mismos es para él ocasión de cantar y exaltar la
dignidad extraordinaria y la magnífica belleza de la Virgen María, Madre del
Verbo encarnado.
No sorprende, pues, que María ocupe un lugar
privilegiado en el culto de las antiguas Iglesias orientales con una abundancia
incomparable de fiestas y de himnos.
En la liturgia bizantina, en todas las horas del
Oficio divino, la alabanza a la Madre está unida a la alabanza al Hijo y a la
que, por medio del Hijo, se eleva al Padre en el Espíritu Santo. En la anáfora
o plegaria eucarística de san Juan Crisóstomo, después de la epíclesis, la
comunidad reunida canta así a la Madre de Dios: «Es verdaderamente justo
proclamarte bienaventurada, oh Madre de Dios, porque eres la muy
bienaventurada, toda pura y Madre de nuestro Dios. Te ensalzamos, porque eres
más venerable que los querubines e incomparablemente más gloriosa que los
serafines. Tú, que sin perder tu virginidad, has dado al mundo el Verbo de
Dios. Tú, que eres verdaderamente la Madre de Dios».
Estas alabanzas, que en cada celebración de la
liturgia eucarística se elevan a María, han forjado la fe, la piedad y la
oración de los fieles. A lo largo de los siglos han conformado todo el
comportamiento espiritual de los fieles, suscitando en ellos una devoción
profunda hacia la «Toda Santa Madre de Dios».
día 6º (23)
Se conmemora este año el XII centenario del II
Concilio ecuménico de Nicea en el que, al final de la conocida controversia
sobre el culto de las sagradas imágenes, fue definido que, según la enseñanza
de los santos Padres y la tradición universal de la Iglesia, se podían proponer
a la veneración de los fieles, junto con la Cruz, también las imágenes de la
Madre de Dios, de los Ángeles y de los Santos, tanto en las iglesias como en
las casas y en los caminos. Esta costumbre se ha mantenido en todo el Oriente y
también en Occidente. Las imágenes de la Virgen tienen un lugar de honor en las
iglesias y en las casas. María está representada o como trono de Dios, que
lleva al Señor y lo entrega a los hombres (Theotókos), o como camino que
lleva a Cristo y lo muestra (Odigitria), o bien como orante en actitud
de intercesión y signo de la presencia divina en el camino de los fieles hasta
el día del Señor (Deisis), o como protectora que extiende su manto sobre
los pueblos (Pokrov), o como misericordiosa Virgen de la ternura (Eleousa).
La Virgen es representada habitualmente con su Hijo, el niño Jesús, que lleva
en brazos: en la relación con el Hijo la que glorifica a la Madre. A veces lo
abraza con ternura (Glykofilousa); otras veces, hierática, parece
absorta en la contemplación de aquel que es Señor de la historia.
día 7º (24)
Conviene recordar
también el Icono de la Virgen de Vladimir que ha acompañado constantemente la
peregrinación en la fe de los pueblos de la antigua Rus'. Se acerca el primer
milenio de la conversión al cristianismo de aquellas nobles tierras: tierra de
personas humildes, de pensadores y de santos. Los iconos son venerados todavía
en Ucrania, en Bielorusia y en Rusia con diversos títulos; son imágenes que
atestiguan la fe y el espíritu de oración de aquel pueblo, el cual advierte la
presencia y la protección de la Madre de Dios. En estos iconos la Virgen
resplandece como la imagen de la divina belleza, morada de la Sabiduría eterna,
figura de la orante, prototipo de la contemplación, icono de la gloria: aquella
que, desde su vida terrena, poseyendo la ciencia espiritual inaccesible a los
razonamientos humanos, con la fe ha alcanzado el conocimiento más sublime.
Recuerdo, también, el icono de la Virgen del Cenáculo, en oración con los
apóstoles a la espera del Espíritu ¿No podría ser ésta como un signo de esperanza
para todos aquellos, que, en el diálogo fraterno, quieren profundizar su
obediencia de la fe?
día 8º (25)
Tanta riqueza de alabanzas, acumulada por las
diversas manifestaciones de la gran tradición de la Iglesia, podría ayudarnos a
que ésta vuelva a respirar plenamente con sus «dos pulmones», Oriente y
Occidente. Como he dicho varias veces, esto es hoy más necesario que nunca.
Sería una ayuda valiosa para hacer progresar el diálogo actual entre la Iglesia
católica y la Iglesia y Comunidades eclesiales de Occidente. Sería también,
para la Iglesia en camino, la vía para cantar y vivir de manera más perfecta su
Magníficat (nn. 29-34).
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